De las sospechosas confusiones que la incontrolada vanidad de Pablo Iglesias va poniendo al descubierto -citar tan feliz la Critica de la razón pura de Kant como la Ética de la razón pura, tratando de dejar a Rivera en evidencia; o inventarse una empresa (¡House Water Watch Cooper!), de inmediato trending topic, queriendo referirse, sin saber un nombre que conocen cientos de miles de españoles, a la firma de servicios profesionales más importante del planeta (PricewaterhouseCoopers)- no es la menos relevante, sino todo lo contrario, la protagonizada a su pesar por la vicepresidenta del Gobierno, convertida en «menina» por el líder de Podemos, quien, obsesionado con ser original a toda costa, ha denunciado una supuesta «operación menina», que tendría a Sáenz de Santamaría por estrella involuntaria.
Al margen de posiciones políticas o simpatías ideológicas, la nueva boutade de Iglesias pone de relieve tanto su total desconocimiento (¡otro más!) del célebre cuadro de Velázquez, como la absoluta falta de respeto a una mujer que se lo merece como todas y, además, por unos méritos que se ha ganado a pulso.
Vayamos con lo primero: Iglesias califica de menina a la vicepresidenta, que tiene 44 años, no, obviamente, por ser niña (que es lo que significa menina en portugués) sino, pues no cabe otra explicación, por su estatura, lo que, aparte de suponer un mal gusto extraordinario (nadie decide lo que mide), indica que Iglesias confunde, ¡y de qué forma!, a los personajes del lienzo de Velázquez. Las meninas -Isabel de Velasco y María Agustina Sarmiento, figuras situadas, para el espectador del lienzo, a la derecha y a la izquierda de la infanta Margarita-, tenían ese nombre no por su estatura (de hecho parecen las mujeres más altas de las que ocupan el primer plano del cuadro), sino porque tal era el nombre, en portugués, de las damas de compañía en el siglo XVII.
Pero lo insufrible no es la ignorancia de Iglesias sobre una de las pinturas más famosas de la historia universal, sino su atrevimiento (si uno no sabe de algo se calla y todos tan contentos) y, sobre todo, el faltón desprecio que supone hacia una mujer que, al margen del importante cargo que hoy ocupa, merece el respeto debido a quien se ha hecho a sí misma con un tesón, talento y esfuerzo que ya le gustaría poseer a gran parte de los líderes políticos que hoy tenemos en España. Hija de una familia humilde, la joven Soraya estudió en un instituto público (el Zorrilla) y en una universidad pública (la de Valladolid) y tras licenciarse en 1994, ganó, con 27 añitos, la oposición de abogada del Estado.
¡He ahí la menina! Si en lugar de militar en el PP, lo hiciera en un partido de la izquierda, las airadas protestas contra el insulto de Iglesias serían ensordecedoras. Pero, como Soraya es quien es, todos chitón. ¡Una vergüenza!