Para Carmen: eri, hodie et semper.
Nunca tuve un amigo como él. Ninguno fue tan cierto, tan leal, tan necesario. Tan buen espejo donde mirarse para ser y para actuar. A nadie conocí tan duro y exigente para consigo mismo y tan atento y providente para los deseos y las necesidades de los demás. Tenía lúcida la mente, inquietas las neuronas, la voluntad bien firme y generoso el corazón. Supo ser culto sin presunción y asumió el éxito sin ostentación. Nunca a nadie levantó la voz, pero cuando hablaba se percibía que era él quien llevaba la razón. Con astucia y tesón poco comunes supo gestionar contra viento y marea su propio imaginario. Por sus frutos los conoceréis, dice de los apóstoles el Evangelio. Ahí están, bien patentes, los frutos de la vida y de la gestión de Alfonso Castro Beiras. La cardiología gallega y en gran parte la española han llegado a ser lo que son gracias a su clarividencia y a su capacidad de proselitismo.
Líder, gestor, consejero áulico pero siempre y sobre todo médico. Ante la espectacular avalancha de la tecnología nunca olvidó Alfonso que la enfermedad no es solo una alteración físicoquímica. Que también y sobre todo representa una amenaza para la realización de una biografía personal. Una amenaza que él mismo tuvo que sufrir y superar en su propia biografía. Hace ya más de veinte siglos el padre de todos y de todo nos lo dejó escrito: donde no hay filotecnia no puede haber filantropía, donde no hay amor a la técnica no puede haber amor al hombre. En ese sentido, Alfonso Castro Beiras fue un médico esencialmente hipocrático. Al parecer, una especie amenazada de extinción.
Yo fui su profesor. Hace ya muchos años el destino me llevó a estar presente y de algún modo ser agente de su primer éxito profesional. Su triunfo en las oposiciones al premio extraordinario de licenciatura de cuyo tribunal yo formaba parte. Y hace tan solo tres días ese mismo destino me ha hecho ser el último paciente a quien atendió, exploró y diagnosticó Alfonso Castro Beiras. Más intrigante aún. Según me dicen estas fueron sus últimas palabras: «Carmen, me voy al sanatorio Modelo a darle el alta a Manolo». Pero quien llegó no fue Alfonso. Lo que llegó fue la desolación y la tristeza de una noticia terrible. Llegó el final de una vida ejemplar mantenida siempre a la altura de sí misma con emocionante fidelidad a unos valores que le dieron firmeza y coherencia.
Ahora, en el momento de la despedida, no encuentro homenaje mejor ni más hermoso que traerle aquí el poema que Carlos Bousoño dedicó al Aleixandre más último:
Cerca de la vida. Así tu hablar.
Llegaste a viejo cual se llega al mar.
Conocimiento fue tu reposar.
Llegaste a viejo cual se llega a ser
La luz delgada del amanecer.
¿Por qué la persona más lúcida que yo he conocido en toda mi vida decidió que esa luz se apagase? Yo no lo sé y nunca nadie lo sabrá. Pero mientras me dure la vida yo seguiré preguntándomelo. Entre otras cosas porque Alfonso Castro Beiras en todo lo que hacía siempre quería decirnos algo.