«¡Es la economía, estúpido!». La célebre frase de un asesor del Bill Clinton, con la que este logró derrotar a George Bush (padre) tras recordarle que un político no se podía olvidar de los problemas cotidianos y de las necesidades básicas de los ciudadanos, la acaban de poner en valor los británicos. Las clases más castigadas laboral y socialmente por la crisis en el Reino Unido han decidido dar un portazo a la Unión Europea. Perdón, a sus políticos. Porque ellos han generado un cóctel molotov haciendo una mezcla perfecta con los efectos de solo cuatro ingredientes: cambio tecnológico, envejecimiento de la población, globalización y desigualdad.
¿Quién ha votado a favor del brexit? Los obreros, los parados, las familias hundidas, las que piensan que no tendrán futuro -y mucho menos sin recursos-. No han votado a favor de la salida los adinerados, ni los brokers de la City con sueldos multimillonarios. Zonas enteras se hunden cuando los empleos industriales los trasladan a otros países con menores costes laborales. Josep Oliver Alonso, europeísta convencido y uno de los miembros del think tank Europe G, lo tiene claro y teme que con la UE tome fuerza aquello de entre todos la mataron y ella sola se murió.
La globalización mundial sin ninguna restricción tiene estos efectos. La situación es crítica en una Europa que en un momento -no demasiado lejano- se quiso alejar de las guerras cruentas y asentarse en conceptos como derechos, libertades y paz.
Se abre ahora un escenario extremadamente complejo. Con elecciones en prácticamente todos los puntos del viejo continente. Los votantes deberán de apostar entre partidos exit o proeuropeos pero con sentimientos solidarios, y a partir de ahí reflexionar que la moneda única no se hace sin un gobierno único. Hoy Europa tiene cimientos de barro porque los gobernantes, ciegos ante los problemas de los jóvenes sin porvenir, no han tomado decisiones pensando en sus conciudadanos sino en las grandes corporaciones y sus intereses.
Rusia observa ya cómo se debilita la estructura de ese territorio desarrollado que limita con sus fronteras, al tiempo que mueve ficha en su tablero geopolítico para ganar la partida del poder.
Mientras, Bruselas, con todos sus tecnócratas viajando en clase bussiness fin de semana sí y otro también, ha demostrado que estuvo demasiada ocupada para diseñar ante el brexit un plan B. No tiene ni B, ni C ni D. No tiene ningún plan. Por prepotencia, seguramente, porque nunca pensó que su apuesta no resultase ganadora. ¡Es la economía, estúpidos!
Ocurra lo que ocurra a partir de ahora, es necesario diseñar un plan Marshall para intentar que se queden en sus países los ciudadanos que intentan cruzar fronteras rodeadas de bombas de racimo. El problema es lo suficientemente serio para reaccionar porque los populismos que se postulan para acabar con Europa hoy lo tienen más fácil.