Es una noticia excelente que el 70% de las empresas familiares españolas tenga una percepción positiva de la situación económica de su compañía en los próximos 12 meses, tal y como se desprende del quinto Barómetro de la Empresa Familiar recién publicado por KPMG. También lo es que un porcentaje similar haya incrementado sus ventas y su presencia internacional o que seis de cada diez hayan aumentado su plantilla en el último año.
El desempeño y las expectativas de las empresas familiares son el espejo más certero de la economía real. En su reflejo se puede leer un buen diagnóstico de las fortalezas y amenazas que afronta el conjunto del mercado nacional, pues componen el 89 por ciento del tejido empresarial de España, generan casi el 70 por ciento del empleo privado y son responsables del 57 por ciento del PIB. En el caso concreto de Galicia, las empresas familiares -de todos los tamaños- han sido un motor esencial de desarrollo y crecimiento. Es por ello que su confianza en el futuro es fuente de ilusión y, sobre todo, de seguridad en un momento económico y político marcado por la incertidumbre en el que los valores diferenciales de las empresas familiares destacan todavía más: arraigo, vocación de largo plazo o compromiso con la comunidad, entre muchos otros. Valores que se convierten en referencia y refugio para inversores, ciudadanos, empleados o consumidores en una coyuntura de transformación constante y profunda.
Las empresas familiares son optimistas, confían en sus fortalezas y en su capacidad para seguir creciendo. No obstante, también reconocen que el entorno es complejo y presenta desafíos ante los que no existen certezas claras. Por un lado, los empresarios familiares encuestados en el barómetro han alertado de que su mayor preocupación es la incertidumbre política y la han destacado como el reto más acuciante para su rendimiento futuro. Además, las empresas familiares deben afrontar, como el resto del mercado y de la sociedad, la implacable sacudida de la revolución digital, la globalización o la aparición súbita de competidores disruptivos en todos los sectores. Necesitan gestionar la incertidumbre del entorno, la creciente competencia y una «guerra por el talento» cada vez más intensa con el radar enfocado en la mejora de la rentabilidad y el impulso a la innovación como palancas necesarias para seguir creando valor generación tras generación.
Los desafíos son enormes, aunque a la vez son una fuente inagotable de nuevas oportunidades para las empresas familiares, que siempre se han diferenciado por su visión de futuro y largo plazo. Las empresas familiares comparten rasgos que las hacen diferentes, fortalezas de valor incalculable en tiempos de cambio. Por ejemplo, la capacidad y la flexibilidad para tomar decisiones con agilidad o la tenacidad de las personas que las crearon y que han sabido liderarlas a lo largo de los años con la misión de convertirlas en legado para su familia y en riqueza para la comunidad.
Muchas de estas empresas son centenarias y han superado circunstancias tanto o más complejas como la actual y, en días como estos, siguen celebrando su éxito y su resiliencia. Sin duda, quiero sumarme a la celebración y festejar su optimismo pero, ante todo, quiero subrayar la importancia de escuchar y apoyar a quienes son los grandes emprendedores de nuestra economía, espejo y motor sin cuyo empuje no podríamos avanzar.
Estoy convencido de que el decimonoveno Congreso Nacional de la Empresa Familiar, que acoge estos días A Coruña, nos permitirá conocer sus inquietudes y aprender las enseñanzas de quienes se han convertido en fuente esencial de bienestar y crecimiento.