El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Müller, con el beneplácito del papa Francisco, ha generado un conflicto a muchos católicos que optaban por conservar las cenizas resultantes de la cremación de sus seres queridos en el hogar, o bien por esparcirlas en un lugar de valor simbólico para el fallecido. Es el conflicto derivado de tener que decidir actuar según sus preferencias, o aquellas expresadas por el difunto, o bien responder a las exigencias dogmáticas de la Iglesia católica.
En general, todos somos reacios a que nos gobiernen en el terreno de los afectos. En este sentido, son muy ilustrativas las declaraciones que ayer se publicaban en este diario de la vecina de Palas de Rei Ángela Pérez, que perdió prematuramente a su hijo (con 29 años). Ángela decía que con las cenizas de su hijo en casa lo sentía más próximo. Perder a un hijo es la experiencia más dolorosa por la que se puede pasar. En esa proximidad a sus restos, esta mujer encuentra un alivio a su dolor. Parecería una crueldad hacerla elegir entre estar a bien con las normas del Vaticano y el consuelo de poder conservar las cenizas de su hijo entre los recuerdos que lo mantienen vivo en su memoria.
Solo lo seres humanos morimos, los animales simplemente perecen. El sabernos mortales, la conciencia de la finitud, es lo que domina nuestra existencia y recorrido por el mundo. Al mismo tiempo, la muerte se nos aparece como el sinsentido por excelencia. La muerte propia no puede ser objeto de la autoconciencia, aparece como el sinsentido en bruto porque se resiste a cualquier intento de definirla. Por eso los rituales mortuorios y la cultura funeraria están presentes desde el origen del ser humano, y son universales. Son universales porque vienen a responder a lo imposible de pensar y de decir sobre la muerte. Ese agujero que produce la muerte cada uno lo trata como puede, normalmente de acuerdo a los ritos que le proporcionan su tradición y sus creencias (religiosas o no).
En una época donde las normas nos asfixian, la Iglesia católica ha creado un problema innecesario a sus fieles al pretender someter a regulación formal lo que solo puede ser gobernado desde la forma particular, que cada uno elige, de hacer el duelo por los seres queridos. Afortunadamente, Manuel Blanco, delegado de medios del Arzobispado de Santiago, ya se adelantó ayer a decir que, en Galicia, el «sentido común» dictará la forma de actuar.
Manuel Fernández Blanco. Psicoanalista y psicólogo clínico.