El cuento del que más se jactaba Borges, que era un dandi ciego y brillante, se titulaba El congreso. Aparece en El libro de arena y para mí es un compendio de la obra del genio. El asunto del que trata, como todo Borges, es una confluencia de propios intereses intelectuales. En él podemos vislumbrar al escéptico que descreía de la democracia y también al erudito que construía entelequias para reposar su eximio afán literario. Los literatos antiborgeanos más «comprometidos», que militan en la izquierda, quieren ver en el relato un ardid para justificar las opiniones políticas del genio: el amigo de Pinochet, le llaman. Pobres. El argumento: un individuo que no logra ser elegido diputado convoca una quimera, un congreso, para que esté representado el mundo. He aquí la trama (eso que tan poco interesaba a Borges). Todo deviene en una composición literaria que roza el mejor absurdo, ese que su admirado Kafka tejió para dicha de la humanidad.
Dejemos a Borges. Pero utilicémoslo esta vez con fines poco éticos, o sea, políticamente correctos. Si lo que quieren los que hoy rodean el Congreso de los Diputados es asfixiar la democracia, insistan en su «protesta civil» (dicen Iglesias y sus adláteres de la marea gallega). Pero si todavía creen en ella, en la democracia, hagan como el cuento de Borges: sigan con sus pequeños congresos en plazas. Edifiquen un congreso virtual en que exista únicamente su palabra: porque ustedes son los poseedores de la verdad absoluta. Nieguen otra verdad. No les interesa. Su democracia consiste en laminar la voz a los demás, a la mayoría real, a la que vota a favor del PP y del PSOE, la que ha construido esta Galicia y esta España que en nada se parecen a la de 1975: cuando se desvaneció el dictador que fundamentaba su poder en arrebatar la palabra al resto. Él también se sentía en posesión de la verdad absoluta.
Pocas veces la democracia europea ha sufrido un ataque tan repugnante como este: rodear el Congreso en una sesión de investidura. Políticos que trabajan en ese edificio, con su nómina y sus prebendas, organizan veladamente un ataque ignominioso. Grupos políticos que se declaran paladines de la democracia atentan contra ella de modo flagrante. Es una extensión de la frase/tuit del celebérrimo diputado de la marea: el gallego es un pueblo ignorante y esclavo, menos mal que quedamos nosotros para salvar a Galicia (y a España) de la ignorancia y la esclavitud.
Es difícil argumentar desde la lógica, y sin crispación, una columna periodística que aporte luces. Solo me queda significar el hartazgo. La reivindicación, una vez más, de la libre opinión. Afirmar que en el Parlamento reside la soberanía popular y que el dictamen del pueblo está en su voto. El PP ganó rotundamente las elecciones. Déjenlo gobernar. Quién me iba decir a mí que a estas alturas tendría que alzar con vehemencia esta palabra: democracia. Unos creemos en ella. Otros solo quieren estrangularla.