Gloria Fuertes decía que un niño con un libro de poesía en las manos no tendría de mayor un arma entre ellas. Ojalá fuese cierto, aunque yo sea algo escéptica sobre el tema: los nazis mataban mientras interpretaban a Bach, eso desalienta un poco. Cuando yo era niña, la poesía, además, era cosa de dos, y de dos mujeres, a saber: conocíamos a Gloria por los comentarios delirantes de las Cabalgatas de Reyes, y a Rosalía de Castro porque era la Barda Gallega por excelencia. Los gallegos, tan dados a no valorar lo nuestro, por lo menos éramos capaces de intuir la brillantez de las letras de Rosalía, romanticismo subversivo y melancolía doliente, denuncia de clase y de pobreza, pura literatura de eternidad.
Hoy, 24 de febrero, es el cumpleaños de Rosalía de Castro. Y digo es porque los genios nunca mueren. Reconozcamos que, cuando niños, los poemas de Rosalía eran un rollo. Preferíamos leer a Julio Verne o los tebeos de Mortadelo. Leer poesía era cosa de gente cursi. Pero a poco que uno destilara el gusto y descubriera lo que el lenguaje puede ofrecer, aparecieron como una delicatesen capaz de abrir el alma.
De adolescente, los poemas de Baudelaire o de San Juan de la Cruz me ofrecieron un mundo nuevo, brillante, extraño e intenso. Rosalía seguía allí, un tanto abandonada. Hasta que un buen día la relees y descubres que aquella buena mujer de lugares umbríos era capaz de escribir versos desgarradores dignos de cualquier maestro. Solo les recomiendo que dejen un rato sus quehaceres y se pillen, por ejemplo, Ya duermen en su tumba las pasiones. Ahí lo dejo. Puro Lord Byron.
Es curioso cómo muchas mujeres, nacidas y criadas en lugares húmedos y recónditos, son capaces de conectar con las pulsiones humanas sin más armas que un papel y un tintero. Las Brontë, Jane Austen, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, en eterna lucha contra una sociedad que las marginaba y consideraba inferiores, pero brillantes y plenas a través del tiempo.
En este mundo de Trump, el Estado Islámico, bombas, nuevos planetas y convulsión necesitamos más poesía y más poetas. Tengo amigos poetas. Hay gente que tiene amigos policías, futbolistas, o constructores. Yo tengo amigos que dedican su tiempo a jugar con las palabras, con sus propios sentimientos, con sus vivencias o con sus monstruos para cedernos, por un rato, lo más profundo de su alma.
No es fácil ser poeta. A veces no sabes si tus amigos poetas te quieren o te odian; a veces tampoco importa mientras sigan escribiendo poemario tras poemario. No es fácil ser poeta. Que se lo pregunten a Morrissey. O a Rosalía de Castro. Sin duda, Morrissey hubiese firmado sin reparos estos versos desgarrados de la gallega:
«Te amo… ¿Por qué me odias? / Te odio… ¿Por qué me amas? / Secreto es éste el más triste / y misterioso del alma».