En qué momento se fastidió España

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

J. Hellín. POOL

08 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El año que vamos despedir es sin duda uno de los más tristes de nuestra historia reciente. Y no solo por el hecho de que más de 70.000 españoles hayan perdido la vida infectados por el coronavirus, sino también porque las hojas del calendario de este 2020 se agotan en un clima de crispación social y política desconocido en la etapa democrática, y en una coyuntura de claro retroceso en la estabilidad política y la normalidad democrática alcanzadas gracias al pacto constitucional de 1978. De la misma manera que el periodista Zavalita se preguntaba en la monumental Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa en qué momento se había jodido el Perú, resulta muy difícil establecer en qué momento se fastidió la Transición, una de las grandes aportaciones de España a la historia universal de la política. Pero, de lo que no cabe duda oteando el paisaje de este 2020 crepuscular, es de que ese colosal logro colectivo ha entrado en barrena.

Con todas sus limitaciones y problemas, España era hace apenas seis años uno de los pocos países de Occidente en los que no había prendido la llama del populismo. Nuestro sistema democrático se movía en un creciente progreso económico y una progresiva ampliación de las de libertades gracias la alternancia en el Gobierno entre la izquierda y la derecha, a medida que sus proyectos se agotaban, pero siempre en los márgenes de la moderación y la aceptación de las reglas de juego constitucionales. Hoy, el veneno populista y su nihilista ansia de destrucción del edificio democrático están en el corazón de la gobernabilidad del Estado. España era también, desde que en el año 1982 la Fuerza Nueva de Blas Piñar se quedara a cero, el único país de la Unión Europea cuyo Parlamento estaba blindado a la extrema derecha. Hoy, ese discurso radical e intolerante vuelve a crecer con vigor.

El repudio al terrorismo y a los partidos que lo ampararon era hasta hace nada un consenso tácito que mantenía fuera de juego a quienes fueron cómplices de la violencia. Hoy, el brazo político de ETA forma parte de la gobernabilidad del Estado sin abandonar su apuesta por «tumbar el régimen». La vacuna del 23-F había erradicado de las fuerzas armadas cualquier tentación de intervención y de protagonismo en la política española. Hoy, volvemos a contemplar posicionamientos públicos reaccionarios entre una minoría de quienes han formado parte de un Ejército cuyo mayoritario compromiso democrático nadie discute. El discurso del odio campa hoy por sus respetos entre la sociedad española. Y cualquiera es capaz de percibir en su ámbito más cercano discusiones y descalificaciones con un grado de tensión desconocido desde hace décadas.

Nada de esto es casual ni fruto exclusivo de la pandemia. España tiene el peor Gobierno de su historia reciente, aliado con los mayores enemigos de la Constitución. Y, también, la oposición más incapaz que hayamos conocido, sin más proyecto que el no a todo y el esperar a que le llegue su turno. En el momento en el que esas dos desgracias coincidieron está probablemente la respuesta para España a la pregunta de Zavalita.