Valeriano Martínez in memoriam

Sonia Rodríguez-Campos CARGO 2 LIÑASDIRECTORA DA ESCOLA GALEGA DE ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

OPINIÓN

Feijoo conversa en el Parlamento de Galicia con el conselleiro de Facenda, Valeriano Martínez
Feijoo conversa en el Parlamento de Galicia con el conselleiro de Facenda, Valeriano Martínez PACO RODRÍGUEZ

07 oct 2021 . Actualizado a las 19:29 h.

En la vida hay momentos, anécdotas y gestos que a las personas se nos quedan grabadas en la memoria cual archivo imborrable. En mi caso en ese estado ha permanecido aquel instante en el que uno de los juristas más respetados y reconocidos de este país, el profesor Eduardo García de Enterría (D.E.P), se acercó a hablarme y a preguntarme qué quería hacer yo y si tenía intención de dedicarme al mundo académico. Por descontado hace muchos años de aquella época en la que me parecía impensable acabar impartiendo docencia de Derecho en las aulas universitarias, y sin embargo no he podido olvidar aquel tono directo ni aquella mirada honesta y tremendamente humana capaz de levantar la mía.

A quien lea estas líneas y no haya conocido al conselleiro al que acabamos de perder le extrañará este comienzo, pero a quien tuvo la oportunidad de conocerlo, de conocer a la persona entregada, rigurosa y humilde que era, quizás no tanto. El tono directo que reconocí en Valeriano Martínez la primera vez que se dirigió a mí -y por supuesto las siguientes- era su seña de identidad. Con él no había posibilidad de interpretaciones equívocas. Lo supe en cuanto tras publicarse la adscripción de la EGAP al departamento que titularizaba recibí una llamada suya para fijar una primera reunión conmigo. Estaba claro que no habría posibilidad de malentendidos con él. Por eso después no los hubo.

En el curso de esa conversación mi siguiente apreciación fue también positiva. Al barajar el lugar de la reunión y decirle casi inconscientemente que a lo mejor me costaba encontrar su despacho -yo nunca había estado allí-, contestó rotundo «baixo eu á Escola». Así que la persona accesible, sin necesidad de florituras y amante al extremo de la puntualidad que era él se presentó en el organismo diez minutos antes de lo convenido. De hecho casi tropiezo con él cuando al abrir la puerta de mi despacho para esperarlo en la entrada del organismo lo encontré al otro lado, con aquella mirada honesta en la que después tuve la oportunidad de fijarme y que me recordó a la del jurista.

En efecto, en Valeriano había honestidad evidente. Y un conocimiento inmenso, profundo y admirable del aparato administrativo y de su funcionamiento. Y rigor en su trabajo y en la forma de expresarse, de tal forma que la sencillez de la persona y del modo de hablar resultaba perfectamente compatible con todo lo demás: con el discurso más complejo en la presentación anual de los presupuestos, con la experiencia de toda una vida al servicio de la Administración y con el convencimiento entusiasta de que esta y el ejercicio del poder son susceptibles de cambiar a mejor. De hecho ya en aquella primera reunión recuerdo que le dije que yo creía -y creo- en la reforma administrativa en positivo y en que es perfectamente factible. A lo que él contestó enseguida y con su contundencia habitual «yo también».

Llegados a este punto seguro que los colegas universitarios que estén leyendo estas líneas habrán entendido por qué se me ha venido a la cabeza la figura del profesor mencionado pese a las evidentes diferencias de procedencia profesional y de perfil existentes entre él y el conselleiro Valeriano Martínez. Aunque quizás no eran tantas como podría parecer desde el desconocimiento de las personas. Ambos eran optimistas y profesionales al extremo. En el jurista confluían el conocimiento, la capacidad de trabajo, el entusiasmo y la generosidad necesaria para animar a alguien a dedicarse a aquello a lo que a él se dedicaba porque le parecía lo mejor y un ámbito laboral incomparable pese a las muchas horas que le robaba a la vida personal. Y con el servidor público con mayúsculas que incuestionablemente fue Valeriano, que no escribió libros sobre la Administración pero que desde su conocimiento de ella y sus décadas de dedicación bien podría haberlo hecho, sucedía lo mismo.

Un día triste y una pérdida difícilmente sustituible. Nos ha dejado un interlocutor tan atento como el mejor alumno de la clase, tan generoso como los que pueden ser llamados maestros y una persona incuestionablemente solvente, sincera y muy humana a la que echaremos de menos. Lo echará muchísimo de menos su familia -en particular su mujer y su hijo, a los que adoraba- y en su otro entorno más frecuentado (el de la Xunta de Galicia) los que intentamos aprender de él hablando y trabajando a su lado. Ojalá pudiese haber sido esto más tiempo. Al menos para dar cuenta de otro verano en la ría de Aldán.