El son de albañiles y carpinteros sigue en marcha en Vilagarcía

Serxio González Souto
Serxio González VILAGARCÍA / LA VOZ

PONTEVEDRA

MARTINA MISER

Carlos Blanco dio voz al aniversario de un grupo de inequívoco origen proletario

04 feb 2013 . Actualizado a las 14:24 h.

Entre el espectáculo que anoche acogió el pabellón de A Torre (Vilagarcía) y la banda que un grupo de albañiles y carpinteros pusieron en marcha en Portonovo un buen día median nada menos que cuarenta largos años y un cambio radical en la forma de entender lo que son las orquestas y lo que pide su público. De la formación original de Alkar (denominación transparente formada por combinación de las primeras sílabas de ambos oficios, distinguidas para el caso con una exótica k) no queda más que el recuerdo tras la retirada, hace cosa de un año, de Eloy, el último miembro fundador que continuaba en activo. Nada de ello fue un problema para que se montase la fiesta por todo lo alto en la parroquia arousana, con la inestimable colaboración de Carlos Blanco.

No fueron pocos quienes se encaminaron hacia A Torre atraídos por la habilidad de poner el mundo en palabras de la que hace gala el actor y monologuista vilagarciano. No obstante, el verdadero núcleo de la celebración que acogía este espacio, realmente multidisciplinar, era la actuación de los muchachos de Alkar que, con Luis al frente, se pusieron a ello a eso de las siete y media de la tarde.

Frente a los herederos del tablón y el ladrillo bien entendidos se sentaban, cómodamente instalados en verdes sillas de plástico, señoras, señores y chavalada diversa. Para abrir boca, los acordes guitarreros de una particular versión de Angels, de Robbie Williams, aquel mozo que rompía esquemas en Take That. «Esto das festas moito cambiou», razonaba un paisano desde la zona de avituallamiento. Nuestro hombre, lejos de sentarse, acudía a una de las dos barras instaladas por la organización para apagar su sed y, de paso, colaborar con la asociación de vecinos A Golpelleira a la hora de sufragar gastos.

Hubo quien movió la pierna, quien le dio al brazo en la barra fija y quien añoró aquellos tiempos en los que un escenario era sinónimo de baile, no de hierática permanencia en la butaca. El asunto terminó de encenderse, en cualquier caso, con la arribada de un Carlos Blanco precedido por esas orellas de Entroido gracias a las cuales todo sabe mucho mejor. Cuarenta décadas de ritmo entre lo albañil y lo carpinteramente correcto bien merecen su ingenio.

40 años de una orquesta mítica