Marín fue una villa turística donde, al empezar el siglo XX, los visitantes se separaban por sexos para poder bañarse
24 jul 2016 . Actualizado a las 05:05 h.Hoy suena a chiste, a algo impensable. Su mera existencia provocaría manifestaciones, campañas en Internet y hasta debates parlamentarios. Sin embargo, en Marín, a finales del siglo XIX y durante los primeros años del XX, los turistas bajaban a la playa separados por sexos. A los hombres les tocaba ir al Carreiro dos Homes, más alejado del casco urbano, y para las mujeres estaba el Carreiro das Mulleres, que quedaba más cerca, pero también oculto por rocas, árboles y rampas. Es una parte de la historia marinense que, por su rareza, las nuevas generaciones no conocen y las mayores dejan aparcada en el baúl de los recuerdos. Estos arenales no existen en la actualidad. No pervive ni siquiera su nombre. Su ubicación se ha perdido, porque todo el litoral se transformó con las obras del puerto original de Marín, en la dársena militar, y con la desaparición del barrio del Castillo con los trabajos de la base naval.
Una foto de postal es la imagen más conocida de esta playa. Se ven dos rampas, con niños jugando en la arena, una línea de costa recortada con rocas, dos pinos y varias casas cerca. Llama la atención que en la orilla hay casetas, primitivos vestuarios que la gente utilizaba para cambiarse la ropa. En aquella época, el toples acabaría con la infractora en el Juzgado y aún enseñar una pierna más allá de la rodilla podría considerarse escandaloso para la moral pública. ¿Bikinis? Ni soñaban con eso. ¿Bañadores? Sí, pero que no se enseñe mucho. Efectivamente eran otros tiempos. Otro mundo. Si alguno de aquellos primitivos turistas viajase en el tiempo a una playa de hoy en día, digamos una nudista como Bascuas, le provocaría un ataque al corazón. Bueno, seguramente se horrorizaría también con cualquier otra. Los gustos han cambiado. La sociedad ha avanzado y eso de separar por sexos para darse un chapuzón, copia de la restricción que también existía en los colegios -aulas para niños y otras para niñas-, son normas que han pasado afortunadamente al pasado. Y también le ha sucedido lo mismo a esos bañadores que asfixiaban más que facilitar la natación. ¡Que bajo el sol de agosto hace calor! ¡Y mucho!
En un viejo álbum de fotos aparece otra foto de aquel Carreiro das Mulleres. La imagen procede de otra perspectiva. Se ve el mismo malecón de piedra, con las rampas, el muelle de Marín con lo que parecen montañas de carbón al fondo. Sus cuatro casetas de madera para cambiarse. Y la estampa de mujeres vestidas hasta arriba sobre la arena. Al verla a uno le hacen dudar de si alguien realmente se bañaba o si solo se reunían allí para socializar.
En la memoria de varias familias de A Banda do Río, el barrio más próximo a los viejos Carreiros, se mantiene la memoria. Sí había quien nadaba, pero no todos los que iban lo hacían. Podría haber otra razón, algunos vecinos señalan que se pagaba algo por usar esas casetas. No estaban las economías de todos con la capacidad para abonar su uso.
El Carreiro dos Homes era exclusivo para los hombres, pero de este arenal no han trascendido fotos como de su homólogo femenino. A Portocelo, que hoy es la playa más familiar para los marinenses, apenas iba alguien. Les quedaba muy lejos, decían los mayores.
La mayor parte de los usuarios de estos Carreiros, los primitivos turistas, recibían el nombre de bañistas. La gente del interior de Galicia, que no podía pagar como los de las ciudades, venían a Marín pasada la cosecha a «tomar los baños». Se alojaban en casas de vecinos y pasaban una o dos semanas. Los marinenses los llamaban los «poubanos», pero esa ya es otra historia.
El Carreiro das Mulleres estaba más cerca de la villa, el de los hombres más lejos
Contaban con casetas para poder cambiarse y se zambullían con bañadores enormes
Ambos arenales quedaron sepultados con las obras del puerto y del recinto militar