El bosque de secuoyas de Poio

Alfredo López Penide
López Penide POIO / LA VOZ

POIO

RAMON LEIRO

En las proximidades del monte Castrove se ubica una de las joyas más desconocidas de este municipio, el considerado como el mayor bosque de secuoyas de Europa

18 may 2015 . Actualizado a las 17:46 h.

En Aris, al pie del monte Castrove y camino de A Escusa (Poio), aún son muchos los que recuerdan el desembarco a finales de 1992 de un grupo de jóvenes estadounidenses. Fue el germen del Bosque de Colón, el considerado como mayor bosque de secuoyas de Europa. «Viñeron de California para plantar os árbores e se repartiron polas casas dos veciños mentres estiveron aquí», rememora José Rodríguez Couselo, quien se estrenó en la presidencia de la comunidad de montes de San Xoán, cargo que aún ostenta, con este proyecto.

En casa de este comunero cuelga, enmarcada, la resolución del Congreso de Estados Unidos autorizando lo que catalogan como «un regalo a la gente de España» para conmemorar «el quinto centenario del viaje de Cristóbal Colón»: el envío de quinientas secuoyas rojas a la provincia de Pontevedra. Pasadas más de dos décadas de aquella fecha, Rodríguez Couselo aún desconoce quien pudo situar a O Castrove en la órbita de los Estados Unidos: «Parece ser que alguén lles falou desta zona, pero a verdade é que non sei quen. Iso si, gustoulles o sitio».

El por entonces también concejal deja claro que, antes de traer el medio millar de secuoyas desde California, se cercioraron de la viabilidad de esta apuesta. Así, meses antes de que los congresistas y el propio George Bush padre, por aquellas fechas presidente de los Estados Unidos, conociesen la existencia de Poio, expertos norteamericanos se desplazaron hasta la zona elegida para la plantación y tomaron muestras de la tierra que se llevaron a analizar a su país de procedencia -«fíxose un estudo e, a raíz de aí, foi que se plantaron»-. Tiempo después, dieron luz verde a la iniciativa, pero, eso sí, la supervisaron en todo momento, lo que explica que fuera personal californiano el que acometiera la plantación de la mayor parte de los ejemplares.

Entre risas, Rodríguez Couselo rememora la deferencia que tuvieron con ellos los norteamericanos al dejar que las dos primeras secuoyas del Bosque de Colón fuesen introducidas en la tierra de O Castrove por los vecinos de Poio. Aún hoy, Armando Couselo, por aquella época alcalde de Poio, y su concejal y primo José Rodríguez discrepan sobre quien fue el que plantó el ejemplar que más fuerte ha ido creciendo.

La copia de la resolución del Congreso no es el único recuerdo de aquella época que cuelga de las paredes de la casa del presidente de la comunidad de San Xoán. Ahí está la foto de cuando los recibió el rey Juan Carlos I por «mediación da embaixada americana en Madrid».

No en vano, se trataba de conmemorar los quinientos años que habían pasado desde que Cristóbal Colón puso el pie en el Nuevo Mundo. Un viaje que, según el documento aprobado por los congresistas, permitió establecer «permanentes comunicaciones entre los hemisferios Este y Oeste y lanzó la mayor migración de seres humanos de la historia del mundo», además de que serviría de estimuló para que, en 1519, Fernando de Magallanes y Juan Sebastián de Elcano iniciasen lo que, a la postre, sería la primera circunnavegación del globo terráqueo. La resolución H. J. Res. 529, que curiosamente rubricó el presidente George Bush el 23 de octubre de 1992, esto es, quinientos años y once días después del descubrimiento de América, destaca que la gesta de Colón contribuyó, ya no solo a otras expediciones que llevaron a la humanidad a comprender la geografía de la Tierra, sino que «inauguró un mundo nuevo que permitió la formación de los Estados Unidos».

Es por ello que, como una suerte de contrapartida, los norteamericanos entendieron que 1992 era el momento apropiado para plantar en España una arboleda de secuoyas rojas californianas que mirase hacia el océano Atlántico. Para que, de este modo, «durante los siguientes quinientos años, los árboles puedan crecer desde pequeñas plantas hasta su plena nobleza en el suelo del hemisferio Este». De este modo, cada persona que visite el Bosque de Colón pueda experimentar «la impresionante potencialidad y la maravillosa belleza de la creación», al tiempo que «representa la esperanza de un futuro de creciente amistad entre los pueblos» de ambos hemisferios.

Tales deseos estuvieron a punto de ser pasto de las llamas en agosto del 2006, cuando una oleada de incendios forestales barrió buena parte de la geografía gallega. Y Poio no fue la excepción.

José Rodríguez Couselo reconoce que, por momentos, temió que todo el trabajo realizado quedase convertido en cenizas. Aunque echando la vista atrás asegura que todo se quedó en un susto, su voz denota lo mal que lo pasó aquellos días. «Pasamos medo», confiesa quien a veces se pregunta cómo pudieron esquivar el poder destructor del fuego. «Estábamos a xente toda en fila para que non pasara [o lume] da pista para arriba, todos preparados porque os camións non daban feito», relata mientras que por gestos dibuja lo que entonces pudo ser algo muy semejante a un cordón humano, un muro de vecinos de ambos sexos que, armados con lo que tenían más a mano, estaban dispuestos a luchar, a vender cara su piel, por lo que era suyo.

Y ganaron: «Ao final o fogo non pasou. Fomos máis duros que o fogo, pero o susto quedou aí». La sonrisa vuelve a iluminar su rostro curtido, mientras reconoce que el mayor bosque de secuoyas de Europa sigue siendo un gran desconocido, incluso, entre los propios vecinos de Poio, cuando se trata de algo «digno de verse».

«Coa sombra que dan non deixan que a maleza vaia para arriba»

Perfectamente alineados, las quinientas secuoyas del Bosque de Colón coexisten en un entorno privilegiado en el que el tiempo parece haberse detenido. Los ejemplares de Poio aún son jóvenes, según los estándares de una especie vegetal que puede vivir cientos, incluso, miles de años y puede superar el centenar de metros de altura. No en vano, se estima que el ejemplar más viejo puede tener cerca de 3.200 años de antigüedad, mientras otros muchos superan la barrera de los seis siglos.

Tras poco más de dos décadas en O Castrove, José Rodríguez Couselo ha podido constatar que su presencia supone una herramienta para mantener limpio el monte. Y es que «non crece a maleza. Coa sombra que dan non deixan que a maleza vaia para arriba».

El presidente de los comuneros de San Xoán asume que ha llegado el momento de que el Bosque de Colón se abra a la sociedad. No en vano, es tan desconocido que ni siquiera la Wikipedia hace referencia a su existencia cuando refiere los puntos de la geografía española donde se pueden observar secuoyas rojas.