Este país no tiene arreglo, los localismos son rentables y las reuniones de Xunta y Aena para la coordinación aeroportuaria puede que solo deparen dietas a los convocados. El resultado final es que cada Concello se busque la vida como mejor pueda.
La Administración autonómica no puede decir que no lo ha intentado. Ha movido a sus peones, ha hecho un estudio (y Aena el suyo) y ha concluido su tarea con unas conclusiones bien concluyentes. Y efectivamente todo concluyó de forma abrupta. Y con una recomendación: que las arcas municipales vayan agenciándose partidas, específicas o escondidas en el capítulo de genéricas, para animar el cotarro aéreo en sus cielos.
Y surge la cuestión: ¿Para que estuvo la Xunta negociando con Ryanair, si ha negociado algo, sabiendo o augurando el final infeliz de la misión? Solo ha servido para que el alcalde de Vigo hincara sus caninos en Compostela y el gobierno santiagués no avanzase en sus misiones propias. Y va a tener que hacerlo si no quiere desertizar Lavacolla. Para incentivar lo nuevo o para premiar lo viejo (mejor no), porque en la ley de la selva el color de las subvenciones no se mira.
Ya, ya, con la ley del mercado Lavacolla tiene las de ganar. Dejemos que la libre competencia obre como sabe hacerlo. Si Ryanair se larga otros seguirán la estela que ha dejado. Raxoi ha sostenido esta tesis (como el escenario puro y angelical no existe lanzó luego el estímulo a las nuevas rutas) y quizás fuese el momento de contrastarla para comprobar el poderío del remodelado Lavacolla. Pero el Concello ya está estrechándole la mano a la aerolínea irlandesa en paralelo a las jeringuillas económicas que exhiben otras ciudades. Partidas y contrapartidas ilustrarán en breve el rendimiento de los contactos.
Inaplazable
Si las comparaciones son odiosas, más vale olvidarse del mejor o peor comportamiento del aeropuerto compostelano en relación a sus homólogos españoles. Cohetes, vivas, hurras y aleluyas podrían galonear el segundo puesto de Lavacolla en crecimiento en tráfico internacional y hacer feliz a la ciudad. Festejar quien tarda más en llegar cuesta abajo huele a cretinismo.
Es indudable que Ryanair engrosa las estadísticas de Lavacolla, pero hay por delante una tarea ingente e inaplazable para que las aerolíneas confíen en las virtudes de Compostela y desembarquen en la capital gallega con una lustrosa agenda de destinos. Lo ideal es que ostenten, por ejemplo, la fe sin incentivos de Turkish o EasyJet. «Vamos, volemos», es el eslogan de la compañía británica, un grito de guerra que cae bien. Sobre todo si se hace efectivo en Lavacolla. Al brigantino Javier Gándara, el pope de EasyJet en España, la pista compostelana le complace sobremanera.
Si las aerolíneas no vienen a pecho descubierto, sería preciso estimular su aterrizaje en el aeródromo compostelano, no doparlas porque deviene en una solución endeble y presumiblemente fallida. Es una política nada fácil en el desunido panorama gallego y en el unido panorama galaico-luso. Y desalentada por unas tasas enervantes. Pero en Lavacolla hay enterrados doscientos millones de euros para ampliar ineludiblemente el abanico de posibilidades. Aena le ha dado cuerpo al aeródromo porque le ha visto, y le ve, un excelente porvenir.
Si la Xunta y Aena, individualmente o al alimón, no aciertan con un escenario rentable y le endosan el muerto a los entes locales, y a sus erarios, habrá curiosidad por ver quién se mueve mejor, es más escurridizo y demuestra una vista más aguileña. Lavacolla parte con la ventaja de ejercer de aeropuerto central de Galicia. Pero mientras la administración aquí propone, Oporto dispone.
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