«Doíame cando lle pegaban ás Marías»

xosé manuel cambeiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Xoán a. soler

Celia Lo9renzo, la cocinera del primer comedor escolar empezó dándole de comer a casi cien niños

18 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Celia nació en la rúa do Espírito Santo, y eso es tener galones de alta compostelanía. En esta calle jugó, vivió su infancia y se casó. Hasta que la piqueta demolió su casa para hacer Xoán XXIII y transformó ese tramo de rúa. Las primeras letras las aprendió en la plaza de Oliveira, con el ulular de las sirenas de los bomberos a menudo de fondo. Su profesora era Doña Edelmira. ¿Castigadora? «Non, era boa mestra».

En el Espírito Santo todo era familiaridad. Entre los vecinos estaban los Fandiño. A los compostelanos les suenan más las Dos Marías. Pero eran cinco hermanos: Pepa, Coralia, Maruja, Magdalena y Pilar. «Era moi boa xente», recalca Celia. Y por eso le duele recordar el maltrato al que fueron sometidos, especialmente las Marías: «Andivo a policía a paus con elas durante bastante tempo. Eu ía a por auga á fonte e vía como as mallaban. Os veciños pedían que as deixaran, porque non lle fixeran dano a ninguén».

Celia era una muchacha entonces, que visitaba a menudo su casa: «A min queríanme con loucura». Un día, lavando unos trapos en la fuente, a Celia se le fue el jabón al fondo del pilón y, cuando intentaba recuperarlo, se fue al agua: «Sacáronme as Marías. Se non é por elas ao mellor afogaba». La policía siguió golpeándolas mientras preguntaban por un hermano huido: «Eu creo que as Marías vestían raro porque querían pasar por loucas para que non as seguiran a maltratar». Recuerda a Pepa, la mayor, que «cosía de maravilla».

A los 13 años Celia dejó las aulas para trabajar en la Escuela Normal, sita en Fonseca. Desempeñaba una serie de tareas diversas, cuando nació por disposición legal el primer comedor escolar de la ciudad en el claustro del actual rectorado. Y ahí se metió de cabeza Celia, como primera cocinera escolar de Santiago. Pero antes del fogón ofreció durante un tiempo a los alumnos aquella leche en polvo americana instaurada por decreto en las aulas. Y con el vaso lácteo, un bollo.

Profesores buenos

Eran años de hambre y cerca de un centenar de niños apuraban las dos grandes ollas del comedor. «Todos poñían o prato outra vez», dice Celia, que hacía la vista gorda ante los tímidos reproches de los educadores: «Os profesores eran todos excelentes, do melloriño. Están todos no ceo polo ben que me trataron. Eu rezo por eles sempre». Cada mañana acudía rauda a la Plaza de Abastos a hacer compras para completar el surtido de la despensa: «O pan traíano os Nécoras da rúa Hortas».

Claro está, varias generaciones y miles de niños, llenaron sus estómagos merced al ejercicio culinario de Celia. Y muchos antiguos comensales agradecidos le saludan por la calle. Para ellos es «a señora Celia». ¿Cómo se arreglaba sola con tantos chiquillos? «Eu era moi lixeira». El colegio se trasladó al Burgo y allá se fue también Celia, que al final llegó a alimentar a cerca de 300 niños: «O problema eran as molladuras que collía andando até Vite».

Durante medio siglo vivió entre los fogones escolares: «Eu era unha obreira. O pan folgado non o comín. Era ben traballado», proclama con orgullo. A sus 89 años, Celia enfatiza su conciencia de trabajadora. «Fun unha obreira moi respectada e non concibo que maltraten a un obreiro. Se vexo a alguén facer iso, bérrolle. E xa o fixen algunha vez. Eu ós traballadores trátoos como a ministros», dice.

Pese a insistir en ello, en su experiencia personal todo el mundo era bueno. Ni una vez se le escapó un reproche a profesores o directores del colegio. «Eu sentinme sempre querida, mesmo os alcaldes apreciábanme moito. Tres deles deron clase na escola», agrega. ¿Y no le hicieron un homenaje al jubilarse? «Si, unha merenda no colexio».