Una huella

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

06 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Una de las muchas cosas buenas que tiene el andar por los caminos de Santiago es que, si se quiere, se conoce a mucha y variadísima gente, desde el famoso que viene anónimamente y que te pide que no publiques que estuvo por estas tierras hasta el pícaro que revive eso, la picaresca de los siglos medievales. Si, por el contrario, el deseo es pasar varias jornadas reflexionando y sin hablar con nadie, ese silencio será respetado.

Algunas de esas personas que uno conoce desaparecen para siempre una hora, un día o un Camino después: un abrazo y que te vaya bien en la vida. Otras dejan huella y surge una continuidad de trato, real o en Facebook (la red social de los peregrinos, ninguna otra le hace sombra).

En este último y selecto grupo figura un hombre joven del otro lado de la península ibérica llamado Sergio Hardasmal y que se ha echado a andar por las rutas jacobeas en torno a una quincena de veces, siempre con gran ánimo.

Con Sergio y dos peregrinas estuve dos veces en Sigüeiro mientras recorrían el Inglés unas semanas atrás; la otra fue hace años. Y tras regresar a su Málaga natal me ha enviado su libro: «Mi huella en el Camino», un volumen nada ampuloso, incluso humilde, muy bien escrito, con fotografías, reflexiones y vivencias muy personales.

Seguro que alguien piensa que es un librito más. En primer lugar, por desgracia no hay muchos, y en segundo lugar esos documentos son fundamentales. Se llaman diarios de peregrinos, y gracias a ellos sabemos cómo era la peregrinación hace milenios. O sea, que obras como la de Sergio Hardasmal se convertirán en tesoros dentro de doscientos o trescientos años. Porque usted y yo no lo veremos, ni el autor. Pero el Camino seguirá ahí.