Argentinos en la capital de la lluvia: «Estuve treinta años sin usar paraguas, me negué a comprar uno hasta que llegó el invierno a Santiago»

CARMEN NOVO SANTIAGO / LA VOZ

VIVIR SANTIAGO

Tres jóvenes luchan contra el viento con sus paraguas en Santiago.
Tres jóvenes luchan contra el viento con sus paraguas en Santiago. Sandra Alonso

Cuatro personas procedentes del país de los Andes y residentes en Compostela corroboran la teoría que circula por las redes sociales. En Argentina, por mucho que llueva, no existe el hábito de salir de casa con paraguas: «No hay paragüeros; si entras en algún establecimiento, no te queda otra que dejarlo chorreando fuera»

16 mar 2024 . Actualizado a las 11:36 h.

Sobre el «sacrificio» de un paraguas escribía Julio Cortázar en uno de los cuentos de Rayuela, uno viejo y roto que su Maga, siempre torpe y distraída, le clavaba a la gente entre las costillas cuando se subían a los autobuses: «Quedó entre el pasto —al fondo de un barranco—, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y no se movió, ninguno de sus resortes se estiraba como antes. Terminado. Se acabó». A Laura Tomala, argentina residente en Santiago desde hace tres años, se le viene a la cabeza esta escena —que, por casualidad, sucede durante «un atardecer helado de marzo»— cada vez que se encuentra con alguno desfigurado por el viento y tirado en la acera. «Al primero que vi le saqué una foto, lo sentía como algo poético», recuerda esta mujer originaria de Buenos Aires. Ahora, se ha dado cuenta de que en Galicia es algo «normal»: «No paro de cruzarme con paraguas destartalados en la basura, como en el relato de Cortázar». 

Parte de su extrañamiento venía de que, antes de aterrizar en Compostela, apenas había abierto un paraguas. Corren por las redes los testimonios de argentinos que, recién aterrizados en España, se sorprenden de que, cuando llueve, la gente lleve por las calles estas estructuras de varillas y tela. «En Argentina nos da vergüenza, la gente joven no lo usa», reflexionaba en un vídeo viral de TikTok una usuaria conocida como @agosmenendez. Algunas personas procedentes del país de los Andes y residentes en Santiago confirman que la teoría que circula por Internet es cierta: «Pasé treinta años sin utilizar un paraguas», cuenta Nicolás Gómez, otro bonaerense residente en la ciudad. Pero, ¿cómo es para una persona procedente de Latinoamérica llegar a Santiago, capital de la lluvia, y que no le quede más remedio que adaptarse a la costumbre gallega de llevar siempre uno en la mochila?

@agosmenendez

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Gómez explica que, cuando aterrizó en Galicia —hace ya dos años—, intentó «escapar» del hábito. «Todo el mundo iba con paraguas y yo me mojaba, sentía que no lo necesitaba», rememora. Después de unos cuantos meses, «cuando llegó el invierno más duro», no le quedó otra opción que comprar uno y usarlo. «Al no estar acostumbrado, lo terminé perdiendo», bromea. Laura Tomala cuenta que en su casa de Buenos Aires nunca tuvo un paragüero. Los establecimientos de la ciudad, como las cafeterías o las tiendas, tampoco lo suelen tener. «Si entrabas en un sitio tenías que dejar el paraguas fuera chorreando. Al final, termina siendo más práctico salir con chubasquero y capucha», explica, sorprendida de que aquí los haya hasta en las bibliotecas. 

Ambos explican su costumbre a través de la propia climatología del país. A esto se suma Marcos Godino, otro bonaerense residente en el área, que asegura que, cuando hay precipitaciones en Argentina, se cancelan gran parte de las actividades programadas. Si eso se hiciera aquí, la ciudad entera viviría metida en sus casas. Ha estado hablando con sus familiares estos días, que le han contado que en Buenos Aires lleva unas cuantas jornadas sin parar de llover: «No saben qué hacer, se están planteando no ir a trabajar», relata. «Cuando hace mal tiempo no sales de casa. Como mucho, coges el metro de un portal a otro», añade Nicolás Gómez, que también señala que allí si llueve es una tarde y no cinco días seguidos. «Si pensaba en juntarme con amigos, lo dejaba para el día siguiente», corrobora Laura Tomala, que, además, bromea con que más que llamarle la atención el tema de los paraguas, al llegar se sorprendió de que lloviera tantos días sin parar: «Me hace mucha gracia cuando se dice que va a escampar, porque miras al cielo y sigue gris».

A Belén Álvarez, argentina residente en Compostela, lo que le llama la atención no es tanto que la gente use paraguas cuando llueve, sino que exista la costumbre de salir de casa con él debajo del brazo por miedo a que llueva. «Allí eso no es normal. Es más, mis primeras compras cuando llegué fueron un buen paraguas y un buen chubasquero», explica. También procedente de Buenos Aires cuenta que, en las inmediaciones de la Catedral, se le escapó de las manos algún que otro paraguas en dirección al cielo. Marcos Godino relata sorprendido como, un día de viento, se le desprendió toda la tela y se quedó sujetando en la mano únicamente el palo y las varillas destartaladas. Por eso, por mucho que intenten adaptarse a la costumbre, ninguno de ellos termina de comprender al cien por cien la utilidad

«Pienso que si hay viento fuerte no sirve de mucho», reflexiona Marcos. A Laura le es incómodo ir por la calle y que, en las vías más estrechas, «te metan el paraguas por el ojo». También que, si no llevas, «te chorrea encima el que va con él abierto». «Solo cubren la cabeza y cuando lo intento usar con viento termino igualmente empapada», explica. Por eso, para el invierno que viene, tiene pensado comprar unas botas de lluvia y un buen impermeable. Las veces que entró en una tienda dispuesta a hacerse con uno buscó que fueran grandes y de colores. «Ya me he dado por vencida, siempre se rompen o me los olvido», bromea esta bonaerense, que recuerda haberse dejado el último que compró en el Bartolo. Para los argentinos, mejor como Cortázar: el paraguas sacrificado.