El libro viene avalado por informes y estudios científicos que dejan quedar en muy mal lugar a la industria agroalimentaria
02 may 2012 . Actualizado a las 18:42 h.«La cadena de alimentación está contaminada», mantiene la periodista francesa especializada en agroalimentación Marie-Monique Robin, que acaba de publicar en España el libro Nuestro veneno cotidiano, una investigación que analiza con detalle las moléculas químicas a las que estamos expuestos en nuestro entorno y en nuestra alimentación.
Dos años de investigaciones por Asia, Norteamérica y Europa, testimonios de expertos, multitud de informes de miembros de agencias de regulación alimentaria y estudios científicos avalan este nuevo trabajo, en el que la periodista sostiene que miles de moléculas químicas han invadido nuestra alimentación desde la Segunda Guerra Mundial y que solo un 10 % de ellas ha sido estudiadas seriamente. Un hecho que la especialista vincula al desarrollo de la sociedad de consumo y a la consecuente fabricación de productos que se basa en procesos químicos cuya toxicidad está muy mal evaluada.
Robin realiza esta crítica tras analizar el sistema de evaluación de los productos químicos que practican las agencias de reglamentación nacionales o europea, como la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que fundamentan su actuación en el principio de Paracelso, el médico suizo del siglo XVI que afirmó que «solo la dosis hace el veneno». Inspirándose en este principio, según cuenta la autora, las agencias de reglamentación desarrollaron una norma llamada «ingesta diaria admisible» (IDA), que es la dosis de veneno químico que se supone que una persona puede ingerir cada día sin enfermar. Para explicar cómo afecta al cuerpo humano esta invasión de productos nocivos Robin cita a los denominados «perturbadores endocrinos», una clase de productos químicos particularmente peligrosa: «Están en todas partes, como el bisfenol A en los biberones, en los recipientes de plástico duro o en las latas de conservas, los ftalatos en los plásticos blandos o el PFOA en las sartenes antiadherentes (teflón), los cosméticos, los detergentes, y, por supuesto, los pesticidas», concluye la especialista.
«No es la dosis la que hace el veneno, sino el momento de exposición»
Estas hormonas de síntesis desempeñan un papel particularmente nocivo en relación a los embriones y fetos y contribuyen al desarrollo de problemas reproductivos, cánceres, diabetes u obesidad en adultos que estuvieron expuestos en el vientre materno. Según Robin la sociedad actual se enfrenta a una auténtica epidemia, tal y como corroboran los datos que indican que en los últimos 30 años el índice de cáncer ha aumentado más de un 40 % mientras que la incidencia de leucemia y tumores cerebrales en niños lo ha hecho en un 2 %. Además, en los países desarrollados, también se han multiplicado los problemas de origen neurológico (Parkinson y Alzaheimer) y las disfunciones en la reproducción.
Ante esta situación, Robin urge a tomar medidas para prohibir estos «perturbadores endocrinos» y recomienda que se informe a las mujeres embarazadas para que eviten todos los alimentos procedentes de la agricultura química o los productos transformados de la industria agroalimentaria, o los cosméticos no biológicos (en particular los desodorantes).
¿Qué se puede hacer para acabar con esta contaminación química?. Robin lo tiene claro, fomentar una transición generalizada a la agricultura biológica: «Hay que comer productos bio, y sobre todo los niños más pequeños», concluye.