Carismático, gran comunicador, afable, cercano a la gente, vehemente, joven, mediático... El cardenal filipino Luis Antonio Tagle (Manila, 1957) está llamado a ejercer un papel crucial en la renovación de la Iglesia Católica. Considerado por muchos como el nuevo Juan Pablo II por su carisma y capacidad de comunicación, su papel es clave en la evangelización de Asia, no en vano Filipinas es el país con mayor número de católicos del continente, y en la apertura de relaciones entre China y el Vaticano.
Tagle ha tenido una carrera fulgurante que podría culminar con el papado. Es, pese a su juventud, un más que serio aspirante. Ordenado sacerdote en 1982, en el 2001 fue nombrado obispo de Imus y en el 2011 arzobispo de Manila. En noviembre del pasado año fue designado cardenal por Benedicto XVI, con quien se dice que mantiene una excelente relación, en un acto que, por su emotividad, dio la vuelta al mundo. El recién purpurado rompió a llorar cuando se postró ante el pontífice y tampoco pudo contener las lágrimas cuando regresó de nuevo a su lugar. «Lloro con facilidad», reconoció. Un gesto humano que lo acerca a sus fieles, con quienes mantiene un constante contacto a través de las redes sociales y los medios de comunicación. Tiene más de 122.000 seguidores en Facebook, es un asiduo a Twitter, sus homilías son las más buscadas en YouTube y su programa de televisión semanal, El Mundo Expuesto, obtiene audiencias millonarias, especialmente entre los jóvenes, algo que valora sobremanera el Vaticano.
Tagle es, sobre todo, un pastor, pero también un eminente teólogo. Actualmente es presidente de la comisión para la doctrina de la fe. Aunque mantiene en las formas un discurso moderno, el purpurado es, en lo esencial, un guardián del dogma, al igual que Benedicto XVI. En su doctrina mantiene una postura claramente conservadora, lo que le llevó a enfrentarse al Gobierno de Filipinas y a pedir la excomunión de los políticos que votaron a favor de una ley sobre educación sexual que incluía la promoción del preservativo. El purpurado filipino reúne buena parte de las cualidades que se requieren para un candidato a papa. Pero en su contra juega su juventud, 55 años, y su escaso peso en la curia.