Un día soleado, de esos en los que los pájaros buscan refugio a la sombra, una niña llamada Violeta se dispuso a preparar todos sus bártulos para ir a la playa. Entre ellos no podían faltar sus juguetes preferidos: el trueiro, el cubo y las raquetas. Violeta le dijo a su papá: «¿Puedes dejar el ordenador, que tengo prisa por estar con mis amigos?». Su madre, que estaba atenta, apoyó a Violeta diciéndole a su marido: «¡Ya está bien de trabajar!, ¡hasta en vacaciones!». Después de untarse con la pegajosa crema solar de rigor, los tres bajaron caminando a la cala que está próxima a su casa. Una playita muy bonita de difícil acceso que la hace poco concurrida, para mayor encanto.
-Hola, Raúl. ¿Qué tal?, ¿aún no han llegado Carlota y David?
Raúl le contesta: No, pero estarán a punto de llegar.
-¿Quieres que empecemos a hacer una «piscina en la arena»?
Raúl contesta: «¡Estupendo!, pongámonos manos a la obra».
A medio hacer llega el resto de los amigos de Violeta que, entusiasmados con la idea, cogen las palas, el rastrillo y los cubos para trabajar en apurar la obra. Unas palabras resuenan en sus oídos: «¡A merendar, chicos!».
Violeta, que no guarda tiempo de digestión, se echa a nadar poco a poco y observa a lo lejos una colchoneta con algo encima. La niña, atrevida, se acercó nadando para, por sorpresa, ver que la colchoneta tenía un tripulante, un perro de raza Beagle. Lo acercó a la orilla y lo quiso coger en brazos, pero el perro, intranquilo, no se dejó. Ladrando se dirigió hacia la zona de árboles para increpar a las personas que estaban bajo su sombra. Tanto insistió que se levantaron para acercarse al can y tratar de tranquilizarlo. Este, escapando, los alejó. De repente se oyó un gran estruendo, todos quedamos atónitos al ver cómo un árbol se desplomaba encima del arenal, rompiendo unas cuantas sombrillas. El perro al que bautizamos Salvavidas les había librado de una buena.
Candela Bedoya Piñeiro (Miño, 8 años) es estudiante.