Pese a lo frío que lo encuentra, proclama su amor por «el país de la bruma», Galicia, a la que está unida por la vía sentimental, por las raíces de su esposa. Aquí siempre recibe calor, más allá del clima, aunque su tradicional tibieza con el régimen de Castro ha levantado ampollas en muchos sectores y en muchas ocasiones. Como ocurre con su colega Silvio Rodríguez, fue muy difícil de entender su postura de laxa comprensión hacia los postulados revolucionarios cubanos, a estas alturas de la historia, aunque también es verdad que su crítica ha ido en aumento en el último decenio. Recientemente, Silvio Rodríguez pareció tener un leve despertar de su conformismo de lacayo y hasta afirmó que era penosa la situación de los barrios en la capital, en La Habana: «La gente está jodida, muy jodida, mucho más jodida de lo que pensaba». Quizá, admitía, él vivía en una zona menos castigada por la miseria y el desamparo. Quizá no esté en la realidad, y solo flote leve y cómodamente sobre ella.
Por fin, hace tres o cuatro años, Milanés manifestó su disidencia al no incluirse ya entre los fidelistas, y en sus discos felizmente comenzó a exponer sus dudas. El trovador hace su poética defensa de la libertad que falta en su país y se ha preguntado públicamente si ha merecido la pena estos 50 años de lucha, encono y revolución, para los estragos que dejó por el camino y aún deja. «El silencio va minando / toda tu felicidad / solo es miedo o es maldad / que tu rostro va mostrando / el silencio no surgió para vivir / el silencio renació para morir».
Es una buena noticia el renacimiento y la salud de un poeta de su dimensión para la causa de la democracia, para la causa de los muchos desfavorecidos que pueblan la isla en la que Castro ha promovido diversas velocidades de supervivencia.
La poesía y la música de Milanés deben sumarse a la fuerza civil, al proyecto de cambio que viene desde abajo en Cuba. El cronista que tanto cantó al amor -¡ah, su mítica Yolanda!- ahora suma su poderosa voz al camino reformista tranquilo pero firme que debe emprender la isla y que ni Fidel Castro ni su hermano Raúl parecen capacitados para liderara. Los intelectuales deben postularse contra el silencio y la burocracia que acogota Cuba en un marasmo de indiferencia, de falta de libertades y de pobreza.