Cien mil personas de Fukushima continúan «autoevacuadas»

Lars nicolaysen FUKUSHIMA / DPA

SOCIEDAD

Toru Hanai | REUTERS

Temen regresar por la radiación, pese a que el Gobierno dice que la zona está descontaminada tras el desastre nuclear

10 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hideo Takahashi desea más que nada en el mundo poder volver a su antiguo hogar. Él y su familia debieron abandonarlo el 11 de marzo del 2011, cuando un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter, seguido de un violento tsunami, devastó el noreste de Japón, lo que derivó en el accidente en la planta nuclear de Fukushima Daiichi, el segundo más importante de la historia y del que hoy se cumplen cuatro años.

La casa de Takahashi quedó intacta. Pero Iitate, su aldea natal, situada a solo 30 kilómetros de la central atómica, fue evacuada a causa del escape radiactivo.

«Dicen que pronto terminará la descontaminación en Iitate», cuenta este campesino, que hoy tiene 64 años y vive con su esposa y su madre necesitada de cuidados especiales en una casa de chapa en las afueras de Fukushima, la capital provincial. La vivienda no puede compararse con su hermosa casa en Iitate. Pero al menos es un poco más espaciosa que los minúsculos refugios de emergencia habitados por otras decenas de miles de personas sobrevivientes del tsunami y evacuadas tras el accidente nuclear.

«Lo peor es la incertidumbre acerca del futuro», dice Takahashi. A todo esto, el primer ministro Shinzo Abe, no se cansa de asegurar que la reconstrucción continúa que y la situación en la central destruida se halla bajo control. Pero la realidad es un poco más compleja.

Unos 120.000 habitantes de Fukushima continúan autoevacuados por temor a la radiación. Si bien las autoridades levantaron la orden, en numerosas localidades un número cada vez mayor de damnificados abandonó su ciudad natal e intenta comenzar una nueva vida en otro lado. Muchos se quejan de que la descontaminación de la región transcurre de manera muy lenta.

Sin embargo, en las ruinas de la central nuclear también se registran progresos. «Desde nuestras misiones anteriores, en abril y diciembre del 2013, Japón ha realizado progresos significativos», declaró Juan Carlos Lentijo, jefe de la misión internacional para supervisar el desmantelamiento de la planta de Fukushima. Las medidas de descontaminación han logrado reducir claramente los niveles de radiación en muchas áreas del terreno donde se asentaba la instalación nuclear.

La empresa que opera la central, Tokyo Electric Power Co (Tepco), logró, además, retirar del reactor cuatro todas las barras de combustible derretidas.

Sin embargo, los 6.000 trabajadores que trabajan a diario en las ruinas enfrentan grandes dificultades. «La situación sigue siendo extremadamente compleja y la eliminación del combustible constituye un desafío a largo plazo», afirmó Lentijo.

Y siempre aparecen nuevos contratiempos. Por ejemplo, poco antes de cumplirse el cuarto aniversario de la catástrofe se hizo público algo que Tepco había ocultado durante meses: que al Pacífico llegó agua de lluvia contaminada. Los pescadores de Fukushima, especialmente afectados por el accidente nuclear, reaccionaron con furia: «Nuestra relación de confianza está destruida», dijo el jefe de la Asociación de Pesca, Hiroyuki Sato.

El conflicto se produjo precisamente cuando los pescadores deliberaban si aceptar o no el plan de Tepco de desviar hacia el océano el agua de napa purificada, medida que, por otra parte, también recomienda el OIEA, en vista de que lentamente comienza a acabarse el lugar para emplazar nuevos tanques.

Reapertura de centrales

Pero a pesar de los problemas persistentes y de que la mayoría de la población está en contra de que se vuelvan a poner en marcha los reactores apagados tras el accidente de Fukushima, el gobierno conservador liderado por Abe pretende volver a poner en funcionamiento los primeros a corto plazo. Cuatro de los 48 reactores comerciales en Japón ya tienen luz verde para reactivarse dado que, según la Autoridad de Regulación Nuclear nipona, cumplen con las nuevas y más estrictas normas de seguridad.

Takahashi está totalmente en contra. «No lo entiendo», dice meneando la cabeza. El campesino opina que el gobierno quiere que los pobladores regresen cuanto antes para generar una sensación de normalidad. Muchos han perdido las esperanzas de regresar. «Son cada vez más los que han buscado otro lugar para asentarse», cuenta, y dice que quizá sea el único que desea volver a Iitate a trabajar de campesino y que en el pueblo solo se quedarán los más viejos. «Los jóvenes ya no regresarán. Nuestro pueblo va a desaparecer».