La vida en un velero de 4 metros

José Francisco Alonso Quelle
josé alonso RIBADEO / LA VOZ

RIBADEO

Un jubilado inglés y su esposa atracan en Ribadeo en su periplo por el Cantábrico en un barco construido por él mismo

10 jul 2015 . Actualizado a las 13:24 h.

El miércoles por la noche, un barco de apenas cuatro metros de eslora, semejante a un vaurien, entraba en el muelle deportivo de Ribadeo retando al fuerte viento. Con la vela arriada, lo hacía a remo, pues carece de motor. A bordo iban sus dos ocupantes: John y Josephine, un matrimonio británico: él, ingeniero y ella, profesora; ambos jubilados, con una curiosa historia a sus espaldas. Tras amarrar, montaban una básica tienda de campaña, con la botavara por cumbrera, bajo la que apenas cabían. Y a dormir. «É impresionante que poidan vivir así, nun barco que aquí usaríase para navegar pola ría e pouco máis», decían, con una mezcla de incredulidad y sorpresa, avezados marineros.

Ayer por la mañana los descubría uno de los guardamuelles del club Náutico: «Acababan de levantarse y estaban haciendo café», comentaba. En el casco, una compuerta se abre descubriendo una mínima cocina, con un fogón del tamaño de una mano. Bajo la tienda, ropa, libros, una tablet... todo amontonado en un par de metros cuadrados. La embarcación parecía achicarse todavía más en la plaza del pantalán, entre dos barcos.

Hasta Ámsterdam

Pero la máxima de que la apariencia engaña se cumple una vez más. Este barco de vela ligera alcanzó su mayoría de edad al cruzar el canal de la Mancha, para remontar la Bretaña francesa, llegar a Holanda y adentrarse por los canales que irrigan los Países Bajos hasta llegar a Ámsterdam. «Fue la mayor aventura», comentaba ayer John. Él lo construyó con sus propias manos en 1978. Desde entonces, el velero ha visto mucho mundo. No falta en su currículo haber surcado el Támesis e incluso el Mar del Norte. Su base la tiene en Plymouth. Y desde allí en esta ocasión fue izado a un ferri que lo llevó hasta Santander. En la villa cántabra, John y Josephine iniciaron su última aventura remontando la costa cantábrica. A Ribadeo llegaron tras hacer paradas en Cudillero, Viavélez y Tapia. ¿Hasta dónde llegarán? Josephine se ríe y encoge los hombros mirando a John, que con un gesto de inocencia infantil parece decir: «Ya se verá».

«Non sei como poden durmir aí, co vento que fai», comentaba una empleada del club náutico. Ellos permanecían ajenos a la incredulidad general. John explicaba que tienen un coche con remolque que ellos mismos conducen. Ahora lo tienen aparcado en San Esteban de Pravia, a unos cien kilómetros. Periódicamente, cuando atracan, uno de ellos viaja a recogerlo.

«Tenemos una vida normal, una casa y un césped que cortar», explicaba Josephine. Y enfatizaba, asintiendo con la cabeza sin perder la sonrisa: «Cuando regresemos, tendremos que cortar el césped». «Pero de vez en cuando, cuando nos apetece, hacemos esto», apuntaba John.

El presidente del Club Náutico de Ribadeo, Ramón Acuña, que entre sus logros tiene el haber cruzado el Atlántico en un velero, hablaba con ellos con una mezcla de admiración y envidia sana: «Cociñan e dormen no barco, dúchanse nas instalacións do club... e así están». Su próximo destino: Foz y de ahí... cualquier otro puerto gallego.