Parece que no es así, los datos indican que en época de crisis económica las familias resisten unidas. Es posible que la realidad sea bastante más compleja. Por una parte, las estadísticas no suelen tener en cuenta a las familias constituidas por parejas de hecho, cada vez más numerosas en nuestra sociedad, que no precisan solicitar la separación ni el divorcio en caso de ruptura, aunque sí las medidas de guarda, custodia y alimentos para sus hijos que, es de destacar, han aumentado considerablemente en los últimos años. Por otra parte, es cierto que la ruptura familiar obliga a mantener dos hogares con los mismos ingresos que antes confluían en uno -o incluso más reducidos, si alguno de sus miembros ha pasado a situación de desempleo o de empleo precario-, por lo que generalmente se produce un descenso en el nivel económico de la familia que asusta o, simplemente, parece inasumible y puede llevar a posponer una ruptura inevitable.
Si esto es así, los problemas económicos suelen contribuir a empeorar una convivencia ya deteriorada y a dificultar, y hasta anular, la comunicación de la pareja, generando en esta una fuerte sensación de frustración e infelicidad y provocando una ruptura más conflictiva y dolorosa para ellos y para sus hijos. Para evitarlo, suele resultar beneficioso acudir a quienes pueden proporcionarles las herramientas necesarias para resolver esta situación y organizar su futuro desde el respeto y la responsabilidad parental.