El espacio submarino, de 22.000 metros cuadrados, albergaría 2.500 piezas faraónicas, muchas de las cuales quedaron sumergidas bajo la bahía de Alejandría hace mil años tras sufrir la región un terremoto
24 ene 2016 . Actualizado a las 17:46 h.La Unesco está interesada en que el proyecto, que data del 2006, vea la luz en Alejandría, última gran capital del Egipto faraónico y que alberga bajo sus aguas miles de restos arqueológicos que fueron engullidos por el mar tras una serie de movimientos telúricos y maremotos ocurridos hace más de mil años. Solo falta que los más de 140.000 millones de euros que costaría la impresionante infraestructura subacuática aparezcan. ¿De dónde vendría el dinero? La Unesco está dispuesta a aportar, lo mismo que El Cairo, pero el grueso -eso esperan- procedería de la inversión extranjera.
El Gobierno egipcio, viendo que la sangría de turistas -la principal fuente de riqueza del país de las pirámides- es constante durante la última década, pretende apostar por el nuevo museo. La propuesta más aplaudida y que cuenta con más boletos para ser la elegida fue la presentada por la Fundación Jacques Rougerie. Un macroproyecto que ha regresado estos días a la mesa del ministerio correspondiente. Un espacio museístico que combinaría a la perfección el espíritu del acuario con el puramente artístico e histórico. Los promotores estiman que el futuro museo podría recibir anualmente a más de tres millones de visitantes.
Bajo las aguas de la bahía de la actual ciudad portuaria de Alejandría, la segunda en importancia de Egipto, los arqueólogos submarinos han hallado miles de restos desde los años 90, cuando comenzó la fiebre arqueológica bajo las aguas de la ciudad. Desde templos, obeliscos y estelas hasta estatuas colosales de faraones de las últimas dinastías, contemporáneos de la célebre erudita Hipatia, a la que homenajeó en el cine el director español Alejandro Amenábar. Tras la caída de los Ptolomeos, Macedonia y Roma coparon la política egipcia, fusionando su cultura con la indígena del país del Nilo, una hibridación que dio excelentes ejemplos artísticos.
Uno de los profesionales que más estudió los fondos acuáticos de la bahía y recuperó un mayor número de piezas fue Frank Goddio, fundador y presidente del Instituto Europeo de Arqueología Submarina (Ifasm), quien buceó en localizaciones próximas a Alejandría, caso del antiguo barrio de Canopus o del puerto de Herakleion, izando a la superficie joyas del arte egipcio amenazadas por el saqueo sistemático de los restos. Esta es una de las razones de peso para que el museo submarino se haga realidad.
Parcialmente sumergido
El proyecto del arquitecto Jacques Rougerie, especializado en estructuras subacuáticas, concibe el museo en cuatro edificios y dos plantas, y estaría situado a escasos metros de la recuperada Biblioteca. En total, superaría los 22.000 metros cuadrados de superficie. La primera de ellas albergaría piezas ya recuperadas, con un completo jardín de estatuas antiguas, mientras que la segunda, a través de túneles de vidrio transparente, permitiría la visión in situ de los restos arqueológicos tal y como quedaron sumergidos tras los terremotos de hace un millar de años. Esta zona se encontrará a unos siete metros de profundidad.
El futuro museo de la ciudad del desaparecido Faro -una de las consideradas siete maravillas de la Antigüedad- y desde la que gobernó Cleopatra, la de César y Marco Antonio, albergará más de 2.500 piezas arqueológicas en su interior.
En contra de este proyecto museístico -además de su elevado coste y de la dificultad del proyecto- se posicionan algunos colectivos de defensa del medio ambiente, que aseguran que su construcción modificaría las corrientes marinas, pero también que la turbiedad de los fondos de la bahía dificultaría la visibilidad de los restos.
Sin embargo, aunque Rougeire trazó el esbozo del nuevo museo de Alejandría -cuyo plazo de ejecución estimó en dos años-, las autoridades egipcias ya habían sugerido la idea en 1996, conscientes de los tesoros que reflotaban a diario los arqueólogos. Sin embargo, las convulsiones políticas, y en concreto la revolución que depuso al presidente Hosni Mubarak, borraron del mapa el proyecto, que ahora ha vuelto a entrar en la agenda del Gobierno de Egipto.
Y cómo no, el país de los faraones no sería tal sin una obra faraónica en su haber.