Óscar quiere volver a ser diestro

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua ALLARIZ / LA VOZ

SOCIEDAD

SANTI M. AMIL

Siete meses después del reimplante de brazo, el joven lucha por recuperar la funcionalidad

23 oct 2016 . Actualizado a las 17:48 h.

Hay días en que Óscar González no puede más. Baja al garaje, abre la puerta del BMW, se sienta en el asiento del conductor y mete la llave en el contacto. Necesita ver sus manos descansando sobre el volante y escuchar el motor al ralentí. Su cabeza transita, entretanto, entre dos territorios: el de la añoranza y el de los sueños. «Sempre tiven coche... e teño a ilusión de volver conducir», confiesa, «un automático ou o que sexa, pero quero conducir».

Hoy se cumplen siete meses desde que condujo por última vez. Óscar González (32 años) estaba a punto de terminar su jornada en las obras del AVE en Cerdedelo, Laza, y el BMW le esperaba para volver a Allariz. Era miércoles santo. Cogió la manguera para limpiar la amasadora de hormigón, metió la mano y un aspa se la segó. «¡Dios!», gritó al verla. Pero no pensó ni en el coche, ni en sus dos hijas, ni en nada. No pensó. No sintió nada. No se vio sangrar. Solo se le pasó por la cabeza la fugaz imagen de su mano, esa misma mañana, en su sitio. Entonces, se dio cuenta de que estaba solo. Y gritó.

Ahora sueña de vez en cuando con conducir. Mientras no lo consigue, su abuelo lo lleva cada mañana a Ourense a una clínica de rehabilitación y, cuando toca, a Povisa, en Vigo, donde lo operaron.

Óscar mueve la muñeca arriba y abajo, arriba y abajo, sin parar, arriba y abajo otra vez, mientras un bulldog corretea a su lado. Saluda, tiende la mano derecha y sus interlocutores dudan. Una cicatriz informe dibuja un tatuaje imposible en su antebrazo. No se sabe muy bien dónde empieza ni dónde acaba. Viéndola se entiende a qué se refieren los cirujanos cuando hablan de un corte limpio. Porque el suyo no lo fue. Sus hijas (8 y 6 años) dicen que es «un corte». Óscar da la mano, pero no la aprieta. No puede. Apenas es capaz de mover el dedo pulgar, que permanece siempre tieso y pegado a la palma.

Su mano derecha tiene buen aspecto. Ha recuperado el color. La sensibilidad va volviendo poco a poco y de forma desigual. A veces prueba a coger un vaso o una copa y lo sostiene solamente porque lo ve, pero no lo siente. En el salón de la casa de sus abuelos hay seis cajas de zapatos con canicas, garbanzos, habas, lentejas, arroz y arena. Son distintas texturas. Pasa por la palma de la mano cada elemento para ir despertando la sensibilidad, que duerme en algún sitio. «Empezo a sentir coas canicas, coas lentellas non noto nada», dice. Juguetea habitualmente con figuras de madera y se reta a sí mismo a lograr que no se caigan.

En la práctica, es una rehabilitación de 24 horas. Óscar se obliga a no parar. Su mano derecha está en un movimiento incesante. Cuando no es la muñeca, son los dedos. Suele caminar por la calle con alguna pieza. «Eu sei que todo isto depende de min, os médicos xa fixeron o seu», explica.

Se ha vuelto zurdo por necesidad. Ha aprendido a escribir con la izquierda, se afeita con la izquierda -solo una vez por semana-, mete los cordones dentro de las zapatillas, sin atarlos, también con la izquierda, hace la cama con la izquierda y hasta maneja con la izquierda el ratón del ordenador.

Cuando lo bajaron del helicóptero y lo metieron en un quirófano de Povisa, a Óscar González le dieron unos papeles para firmar. «Coa dereita non vou poder...», contestó. Ya no contaba con el brazo. La amasadora solo lo había dejado unido al cuerpo por un tendón y un nervio. Llegó al hospital con la situación asumida: todo estaba perdido. El accidente fue a las 13.45. «En un macrorreimplante [por encima de la muñeca] el tiempo máximo es de seis horas», dice el cirujano plástico que lo operó, Enrique Moledo. La mano está sin sangre y es urgente que la tenga.

El reimplante de marzo fue posible por la rapidez del dispositivo. Un compañero lo llevó al centro de salud de Laza en diez minutos. Allí lo vendaron y le pusieron una férula. Siete minutos después volaba hacia Vigo. Lo primero en quirófano era consolidar la fractura de huesos, con el tictac de las seis horas corriendo. Solo después de esa maniobra se pudieron conectar las arterias y dar sangre a toda la extremidad. Luego, los cirujanos fueron uniendo cada músculo, nervio y tendón. La cirugía duró siete horas.

Ninguno de ellos sabía que para entonces la abuela de Óscar ya había empezado a hacer también su operación. Cuando se enteró del accidente, se dirigió en su intimidad a su catequista, una monja clarisa que falleció en 1993. «Mariluz, crecemos xuntas...». Se encomendó a ella y se quedó tranquila. «Eu sabía que saía adiante», dice.

Óscar sabe que su mano no podrá ser igual que era. Pero pelea con filosofía de corredor de fondo: «Non sei ata onde vou chegar, pero non me queda outra que loitar. Pelexar, pelexar e pelexar».

Recuperando un milímetro por día

Una mano es un complejo mecanismo de ingeniería. Un alambicado engranaje de 27 huesos, 32 músculos, decenas de ramificaciones de nervios, tendones extensores y ligamentos hace posibles movimientos complejos. Charles Darwin encontró en la mano humana la quintaesencia de la evolución del Homo sapiens. Postuló que, cuando el hombre dejó de usarla para caminar, desarrolló el pulgar oponible, que permite coger objetos. Ese pulgar que Óscar no mueve. 

Hay un tratado de ingeniería mecánica detrás de movimientos tan cotidianos como abrochar el botón de una camisa. Los microscópicos músculos intrínsecos, que están en la palma de la mano, protagonizan ese movimiento de precisión absoluta, como coger una moneda o un lápiz. Los dedos tienen tendones, no músculos.

Para recuperar la movilidad de su mano derecha, Óscar lucha contra el tiempo. «Se recupera entre medio milímetro y uno cada día. La lesión de Óscar fue 8 centímetros por encima de la muñeca, así que tiene que recuperar alrededor de 30 centímetros. Yo calculo que necesita un año», explica el cirujano Enrique Moledo. Los nervios son los que dan las instrucciones a los músculos para que se muevan. Y ahí es donde está el problema. Porque esos músculos son tan pequeños que, si no se utilizan, se atrofian a una velocidad atroz. Y mientras no recupere la sensibilidad nerviosa, Óscar no puede usarlos. Así que Óscar González vive en una contrarreloj. Va a un milímetro por día.