Cristina Castaño: «Tengo mucho carácter, puedo pasar de cero a cien en tres segundos»
TELEVISIÓN
Es la actriz de moda en España. La que ha conseguido hacer de la sonrisa un imán para la audiencia que cada lunes espera con ansia la entrada de Judith Becker en «La que se avecina». Un ciclón de 1,78 centímetros que cuando explota saca el acento gallego y esa vis cómica que, según confiesa, ha ido desarrollando con el tiempo
29 ene 2013 . Actualizado a las 13:32 h.Cristina Castaño (Vilalba, 1978)le debe a Judith Becker, su personaje en la serie La que se avecina, el descubrimiento de una vis cómica que la actriz gallega reconoce inconsciente y que la ha posicionado como una de las intérpretes de comedia con más tirón del momento, en el papel de esa psicóloga atormentada por el amor: «Creo que esa parte de mí se ha ido desarrollando con los años, yo no tenía ni idea de que la tenía, pero ha sido con el tiempo como he ido perdiendo la sensación de ridículo al hacer el payaso. De todas formas, ahora que lo pienso, siempre se han reído mucho con mis expresiones, pero yo no le daba importancia».
Castaño no es una advenediza en esto de la interpretación, su carrera arrancó desde abajo con A familia Pita e Pratos combinados, en Galicia, antes de «enfrentarse», palabra que elige ella, a Concha Velasco en el teatro y a la serie nacional Al salir de clase.
Ahora, a la espera de saber lo que pasa con la séptima temporada de la ficción que arrasa en audiencia, y mientras recibe ofertas, confiesa que vive un momento excepcional gracias a esa puerta que se le ha abierto con el humor: «Me ofrecen mucha comedia, cosa que antes no me pasaba. En ese sentido, les estoy muy agradecida a Laura y a Alberto Caballero, porque confiaron en mí desde el principio y es un lujo que te escriban un personaje así».
Porque esa cuerda desquiciada que es Judith ha construido un universo de excitación -también estética- que ha posicionado a Castaño como una mujer irresistible para los espectadores. «La verdad es que las cosas que me desesperan de mi personaje son las que más me gusta interpretar: su dependencia emocional de Enrique, su patetismo cuando conoce a un hombre joven y atractivo... Y, bueno, me encanta su armario, algunas prendas incluso las aprovecho para mí, y ¡si me gustan mucho, me las compro!», dice. Y es que esta mujer cañón, con 1,78 centímetros de altura y una melena que aún no ha asegurado, pero que retiene todas las miradas, es la envidia de muchas, y no solo de su vecindario: «El físico siempre ayuda a distinguirte de los demás -se explica-, el hecho de que sea pelirroja me hace diferente y muy reconocible. A veces me ha ayudado y en otras ocasiones ha sido un impedimento para ser seleccionada. Pero, con respecto a la ropa, en el día a día no soy especialmente esclava de las tendencias: como pueda calzarme un chándal, ahí voy yo toda cómoda. Otra cosa es cuando me arreglo para una ocasión. Entonces me gusta llamar la atención y elijo prendas llamativas, casi siempre un vestidito corto y bota alta en verano. Y en invierno, vaqueros ajustados y bota alta y una buena cazadora. Vamos, ¡bota alta, siempre!».
De sus vecinos habla maravillas -«no los veo, así que me llevo muy bien [risas]»-, pero resuelve sin dudar que casi siempre la realidad supera a la ficción: «Nunca he ido a una reunión de la comunidad, pero en mi época de estudiante en Madrid me han sucedido cosas de pellizcarte». Con Judith tiene en común su gusto por la psicología «y poco más», aunque se siente identificada por esa entrega en el amor, independientemente de la edad: «Creo que podría funcionar aunque fuese mayor que yo, como en la serie, ¡claro que sí!, ¡si me enamoro del hombre, por supuesto! A mí me encanta que me cuiden y yo soy mucho de cuidar. Pero, como es lógico, mi prototipo de hombre es mi pareja actual».
Retranca gallega
Tras esa imagen dulcificada por las pecas, Cristina Castaño esconde un volcán de energías que de vez en cuando asoma con el acento propio de la tierra: «Tengo mucho carácter, pero lo controlo bastante, cuento hasta diez para no arrepentirme de lo que estoy pensando muchas veces. Pero sí, puedo pasar de cero a cien en tres segundos. Mi chico cada vez que me enfado con él me dice eso del acento gallego, y yo le digo: ?¡No me cambies de tema!?. Je je. Soy gallega por los cuatro costados y he mamado la retranca desde pequeña, así que me acompaña adonde voy. ¡Y bien orgullosa que estoy de ella! De alguna manera también me ha ayudado a gestar todas esas aristas que se trabajan en la comedia». Como mujer joven, guapa, y con trabajo, Cristina cree que la suerte hay que aprovecharla porque dura poco, por eso confía más en el esfuerzo y en la constancia de una profesión que ella ha ido modelando con incursiones en el cine y el teatro, además de la televisión que la ha lanzado a la fama: «¿Que qué me dice la gente cuando me para? ¡Uf! Mejor no lo digo. Bueno, sí, qué caray, es cierto, ya sabes esa frase famosa de la serie: '¿Cómo tienes el cho...?' [risas]».
A la actriz gallega le encantaría interpretar un buen personaje dramático en el teatro, «a las órdenes de Miguel del Arco, por ejemplo», y tiene ganas de hacer una película en la que pueda trabajar un registro totalmente diferente al que la gente está acostumbrada. Está en racha, y aunque se arrepiente de haber desperdiciado algunas oportunidades «por ser demasiado joven e inconsciente», a estas alturas del camino sabe cuál ha sido el acierto de mantenerse en el vaivén artístico. «Quizás la clave haya sido ser constante en mi empeño y levantarme del suelo unas cuantas veces», afirma. Sin embargo, esa fuerza interior se derrite con los caprichos más confesables -«¡el helado de chocolate y frambuesa no lo cambio por nada!»- y el calor de una familia que la arropa en todas las circunstancias y que apuntala su sencillez. «No lo debería decir yo, pero me gustaría acogerme a ese sustantivo». Quizá por ahí vayan los tiros para sobresalir y conseguir en los demás la mejor de las sonrisas.
Un amor a prueba de vecindario
Judith Becker (Cristina Castaño) y Enrique Pastor (José Luis Gil) , una psicóloga en la crisis de la treintena tardía y un maduro cincuentón, viven su particular romance en la esquizofrénica comunidad de Montepinar. Ella se debate entre una vida de single y la de esposa perfecta, bajo la mirada inocente (en apariencia) de la primera mujer de Enrique. Él ya tiene bastante con verse arrastrado por esa relación.