El final de liga del Deportivo va camino de pudrir la temporada hasta tal punto que condicione la siguiente. El peligro de descenso crece cada semana, aunque la situación todavía le permite una derrota más en las dos últimas jornadas. Pese a todas sus carencias, lo más lógico es que el Deportivo salve la categoría, porque ya se sabe que sus rivales por la cola se empeñaron durante meses en avanzar hacia Segunda. Pero inicios como el de ayer contra el Espanyol y la desidia en varias fases de los partidos frenarán en cierto modo también la ilusión en el próximo proyecto.
El Deportivo del primer tiempo, el de la parsimonia, las pifias, los regalos, el fútbol previsible, la acumulación de hasta cuatro jugadores en la misma zona (Guilherme, Expósito, Borges y también Çolak, que emigraba desde la banda para buscar la pelota donde mejor la maneja) resulta desalentador. Un equipo que no va a ninguna parte, da forma al peligro del descenso y parece una de las peores plantillas de Primera.
Pero luego llega la reacción, el Espanyol retrocede y alfombra el camino hacia su portería, los cambios refrescan el equipo y el Deportivo ofrece una imagen más digna pese a caer otra vez derrotado. Con el cambio, insuficiente, y ya tarde, los futbolistas parecen otros y uno se pregunta por qué necesitan con tanta frecuencia que los zarandeen en su amor propio para competir como deberían hacerlo siempre. Esa bipolaridad del equipo de Mel, la misma que le terminó costando el puesto a Garitano, consume al deportivismo. La grada hace semanas que ya solo pide terminar cuanto antes la agonía para pensar en construir algo mejor. 90 minutos de intensidad y orden. Para salvarse y pasar página.