Los comedores sociales de Vigo se ven desbordados por la afluencia de ciudadanos que no tienen cómo alimentarse y se ven obligados a elegir entre pagar la casa o comer
22 jul 2012 . Actualizado a las 07:10 h.El hambre ha vuelto. Como las enfermedades extintas, como la viruela o la polio, llegamos a considerarla erradicada de nuestro mundo. Pero está aquí de nuevo, en un formato diferente. 400.000 gallegos, el 16,8 % de la población, recibe ayuda de instituciones benéficas para alimentarse, según Cáritas. Y los comedores sociales están desbordados. En Vigo, Misioneras del Silencio, Vida Digna y San Francisco sirven un tercio más de comidas que hace un año. Y al pobre tradicional se han unido familias enteras y trabajadores desempleados.
«Tanta gente no se había visto nunca», asegura Sor Milagros de la Fuente, responsable de la cocina de caridad de San Francisco, «cada día vienen más, porque hay mucha necesidad». Su comedor, situado en O Berbés, cuenta con 80 plazas que se llenan todos los días a las 12.30. «A veces se forman colas y, aunque cerramos a la una y media, aquí se le da de comer a todo el mundo», proclama.
En las Misioneras del Silencio, en la calle Cervantes, la situación es similar. En los últimos meses, a las 13.00 las colas dan la vuelta por Urzaiz. Y en Vida Digna, la oenegé de la Iglesia Evangélica que atiende los fines de semana en Teis, en un antiguo asador, sirven los domingos a 180 personas, en buena parte familias enteras que tienen que elegir entre comer y pagar el alquiler o la hipoteca.
A muchos les avergüenza asistir al comedor y prefieren llevarse la comida a casa. «Tener hambre no es ningún pecado», proclama Sor Milagros, «ahí arriba nadie va a ir con coches, casas y títulos nobiliarios». Además de los comedores, 8.000 vigueses recurren actualmente a la ayuda de Cáritas, mientras el Banco de Alimentos reparte más de tres toneladas diarias de comida.
El director de Cáritas Diocesana, Ángel Dorrego, insiste desde hace un año ante la magnitud de la tragedia: «Estamos al borde del colapso». El pasado año, atendieron a 21.600 personas y concedieron 6.446 ayudas. Y, frente al pobre de solemnidad, han aparecido nuevos usuarios, trabajadores desempleados en una ciudad con una tasa de paro del 24 %, que supera el 50% en el caso de los menores de 30.
El hambre ha vuelto para quedarse. En el 2007, antes de la crisis, Cáritas calculaba que había en España 8 millones de pobres. Hoy son 10. Pero se ha disparado el número de personas al borde de la exclusión. En Vigo ya son el 22 % de la población.
El crac del ladrillo no solo ahogó a los bancos. En la provincia de Pontevedra hay cuatro ejecuciones de hipoteca diarias. Solo en el primer trimestre de este año, perdieron la casa que habían comprado 340 familias, frente a los 222 del mismo período del pasado año y lejos de los 62 de los primeros tres meses de 2008, cuando comenzaba la crisis. Sumando los alquileres, 7 familias de la provincia se quedan en la calle cada día. Y haciendo mal el cálculo, porque incluimos los fines de semana.
Bajo la amenaza de perder la vivienda, alimentarse está en el segundo nivel de urgencia entre quienes reciben ayudas. Tal vez por ello, el Banco de Alimentos de Vigo pasó en un solo año de dar de comer a 14.000 usuarios al mes a superar los 20.000. A diferencia de los comedores de caridad, son pobres que no se ven. Si fuesen visibles, a muchos les asombraría descubrir que en su barrio y en su mismo edificio el hambre, en una versión menos evidente, ha vuelto.