Con sede en el Instituto de Investigaciones Marinas de Bouzas, albergará muestras de los parásitos presentes una decena de especies de los océanos Atlántico y Pacífico
07 feb 2013 . Actualizado a las 15:22 h.Vigo contará con el primer biobanco marino del mundo, especializado en este caso en parásitos presentes en el pescado. La sede central estará en el Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC y en un futuro está previsto que cuente con subsedes en Madrid, la Universidad de Tuscia (Italia) y Bergen (Noruega).
La creación de dicho biobanco es uno de los puntos fuertes de Parasite, un proyecto multidisciplinar que engloba a una veintena de socios de nueve países europeos y tres asiáticos, y que también se coordinará desde Vigo, donde está previsto que hoy eche a andar oficialmente.
El objetivo principal del estudio, que cuenta con un presupuesto de cuatro millones de euros y un plazo de ejecución de tres años, es tratar de mitigar el impacto de los parásitos presentes en productos pesqueros. Con ese fin se evaluarán ecosistemas a lo largo de los océanos Atlántico y Pacífico -es en los que está desplegada la flota comunitaria- con una decena de especies objetivo, entre las que figuran merluza, chicharro, bacaladilla o rape.
Ángel González, uno de los coordinadores del proyecto junto a Santiago Pascual, explica cómo funcionará el biobanco: «Todos los parásitos que identifiquemos en la recogida de muestras en el mar serán bancarizadas, lo que implica que habrá un control exhaustivo desde el principio. Habrá una trazabilidad. Se va a saber todo no solo de los parásitos, sino los perfiles de ADN o de la proteína que vayamos extrayendo de cada uno de ellos».
La aplicación práctica de esta iniciativa pionera será que lo más lejos que se estará de una información exhaustiva sobre el lugar en el que ha sido capturada la muestra, de qué pez viene o qué procesos se han seguido hasta llegar al banco, será un clic de ordenador. Es una herramienta sin ánimo de lucro que se compartirá con todo el que lo necesite, lo que se traduce en un ahorro de costes para la comunidad científica. «Podrá llamarnos un investigador desde Japón, Estados Unidos o Filipinas para pedir muestras. Se evitaran el esfuerzo de salir a capturar el pez, coger el parásito, etc.», explica Ángel González.