Lleva tres años y medio colaborando como voluntario en el Grupo de Reciclaje Informático y está pendiente de seis asignaturas para convertirse en ingeniero industrial. A estas alturas Daniel Díaz conoce a la perfección todo el proceso, desde la recogida de ordenadores por facultades y escuelas hasta el desmontado y clasificación de piezas y, por último, el montaje. Las partes inservibles se reciclan con un gestor de residuos de la propia Universidad. Con él están otros dos compañeros, uno de Telecomunicaciones y otro de Comunicación Audiovisual.
«Cuando los ordenadores llegan a nosotros ya han pasado por muchas manos; a veces si en un departamento tienen dos y se estropea uno, cogen piezas del que se ha estropeado para el otro y nos llegan sin algún componente específico», explica.
La protección de datos está garantizada: «Si trae disco duro le hacemos un proceso de borrado con el mismo método que usa la CIA, el Guttmann».
Su afición por los ordenadores le viene de muy pequeño, «desde antes de saber leer», cuando su padre llevó un ordenador a casa y lo abrieron para verle las tripas y mejorarlo sin gastar dinero. Está convencido de que se tiran ordenadores sin motivo: «Mucha gente cree que con cinco años ya está obsoleto y lo tira sin que realmente haga falta renovarlo». Defiende un cambio en la normativa que permita aprovechar los aparatos que se depositan en los puntos limpios, en la actualidad imposible.
Esta dedicación le permite a Daniel Díaz sentirse útil y adquirir experiencia en organización, objetivos y responsabilidad al verse obligado a tomar decisiones. Su opinión se tiene en cuenta a la hora de adjudicar los aparatos a las entidades. «Tienen prioridad las asociaciones que dan cursos gratuitos de Internet y se entrega uno u otro aparato en función de lo se vaya a hacer con él», concluye.