Del caruncho a una exitosa industria farmacéutica

VIGO

En 1936 nace en Vigo el Instituto Miguel Servet, germen de Zeltia, en un edificio del camiño do Chouzo; allí trabajó Alexandre Bóveda

12 ene 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

El cornezuelo es un hongo parásito del centeno que, en Galicia, tiene muchos nombres: cornello, cornecho, dentón, caruncho, corno o grao de corvo. Tanta popularidad se la debe a un alcaloide, la ergotamina, que afecta al sistema circulatorio y provoca alucinaciones. Por ello, los agricultores tenían mucho cuidado de separar el caruncho del grano, porque una harina contaminada tenía consecuencias funestas. Muchos episodios de brujería, en la Edad Media, tenían su origen en los delirios provocados por el pan con caruncho. Y está relacionado con el famoso proceso a las brujas de Salem, en Massachussets (EE UU), en el siglo XVIII, cuando 25 mujeres fueron condenadas a muerte, acusadas de pactar con el diablo tras una intoxicación masiva con efectos similares al LSD.

Pero la ergotamina afecta también al flujo sanguíneo. En las grandes intoxicaciones del medievo, se describen pueblos enteros donde, junto a la locura general, se pudrían ?llegando a desprenderse- los dedos e incluso miembros completos de las víctimas del pan contaminado. Este efecto macabro se convertiría en el siglo XIX en un medicamento. Científicos como el francés Bonjean descubrieron que el alcaloide del cornezuelo cortaba las hemorragias. Y, de ser despreciado y temido, pasó a ser codiciado para la fabricación de fármacos.

Difícil abastecimiento

Así, desde la segunda mitad del XIX, se desató una auténtica fiebre del caruncho en Galicia. El clima favorecía la aparición del hongo y los laboratorios lo demandaban para abastecer a médicos y comadronas para los partos.

El profesor Ángel L. Fernández, de la Universidad de Santiago, recoge en un estudio que se llegaron a pagar precios astronómicos por el cornezuelo, que se recogía a mano antes de la siega. Rusia era el mayor productor mundial. Y el mercado quedaba desabastecido en períodos como la guerra ruso-japonesa, en 1904, o tras la revolución rusa, de 1917 a 1921. Según el profesor Fernández, el alza en la cotización del caruncho provocaba en Galicia «una invasión de campos a la caza y captura del hongo, que se pagaba a buen precio». En cualquier caso, siempre era un complemento para las economías rurales. Y, del puerto de Vigo, salían cargamentos regulares para Inglaterra, Alemania y Estados Unidos.

Además, Ángel Fernández revela que el cornezuelo gallego era el más apreciado. En 1912 la revista American Druggist señalaba: «El ergot de centeno de mayor calidad es el producido en las provincias del noroeste de España. Se envía por barco a Londres desde Vigo o Lisboa, y casi todo es consumido en los Estados Unidos».

En Galicia, algunas farmacias y laboratorios lanzan medicamentos derivados de la ergotina, en producciones modestas. Pero todo cambia en 1936, apenas dos meses antes de la Guerra Civil, cuando dos científicos formados en la Universidad de Santiago, el médico Ramón Obella Vidal y el farmacéutico Francisco Rubira, fundan el Instituto Bioquímico Miguel Servet, en Vigo. Con ellos trabaja el intelectual galeguista Alexandre Bóveda y el químico Fernando Calvet.

El instituto, situado en un edificio que hoy es el Instituto Municipal de Educación, en el camiño do Chouzo, junto la plaza de Eugenio Fadrique, quiso crear una industria sobre lo que entonces apenas era recolección y exportación.

Los científicos gallegos lanzan el Pan Ergot, fabricado a partir del cornezuelo e indicado para curar las migrañas y el glaucoma. Pero la Guerra Civil truncaría su éxito, ya que son perseguidos por el franquismo. Bóveda es ajusticiado en A Caeira, en Poio, en 1936. Y los demás se ven obligados a retirarse. Calvet, por ejemplo, se va al exilio a Suecia, donde trabajaría con el premio Nobel Von Euler.

Tras negociar su regreso al país, Calvet pasaría por la cárcel en Tui. Y la dictadura le arrebataría su plaza como profesor en Santiago. Pero encuentra en Vigo el refugio profesional a través de la empresa que surgiría del Instituto Miguel Servet y que pervive hasta nuestros días: Zeltia.

Despegue económico

Los hermanos Fernández López (fundadores también de Pescanova, Frigsa o Cementos del Noroeste, entre otras muchas grandes industrias) son los artífices empresariales de la farmacéutica, que nace en 1939. Hombre de indescriptible ingenio para los negocios, José Fernández López entiende que los subproductos de sus mataderos industriales pueden usarse en farmacia para elaborar compuestos tonificantes y vitamínicos. Y lo combina con la explotación del caruncho. Así nace Zeltia, a la que se incorporan los científicos del Miguel Servet. Con el mérito añadido de que se trataba de represaliados por el régimen por su pasado galleguista y republicano.

El éxito de Zeltia es conocido. Desde su base en O Porriño desarrollarán nuevos fármacos aprovechando la riqueza de la flora medicinal gallega. Se hacen plantaciones de centeno para producir cornezuelo de forma industrial. Y se fabrican sustancias como la efedrina, la insulina, vacunas, vitaminas y pesticidas o fungicidas.

Zeltia conseguirá que su marca ZZ se convierta en el líder entre los pesticidas agrícolas en España. Y, en 1945, los Fernández López participarán en la creación de la empresa Antibióticos, S.A. o entablarán acuerdos estables con multinacionales como Cooper y Robertson.

De Zeltia surgió un imperio que tiene hoy su buque insignia en Pharmamar, la empresa que dirige José María Fernández-Sousa. Pero todo comenzó con el cornello, cornecho, dentón, caruncho, corno o grao de corvo. El cornezuelo del centeno, que dio a Galicia su primera industria farmacéutica.