Un prestigioso arqueólogo recientemente jubilado proponía hace un mes una nueva tesis para explicar el origen de la palabra Vigo. Su teoría es que procede de las palabras latinas Oli Vicus, que significa «lugar donde hay olivos, olivar».
El experto argumenta que hace 2.000 años los romanos plantaron olivares en la provincia de Gallaecia de forma intensiva. En la Edad Media, era famoso el aceite gallego que se producía en las riberas del Sil, a lo largo de Quiroga, o Barco de Valdeorras y A Rúa, aprovechando su microclima, pero también en lo que ahora es el Norte de Portugal. Durante el reinado de los Reyes Católicos, el aceite gallego fue penalizado con altos impuestos y su cultivo desapareció mientras que se intensificó la aceituna en Andalucía. Por contra, el Norte de Portugal conservó sus olivares.
La conclusión del historiador es que con estos antecedentes no sería extraño que la palabra Vigo proceda de Oli Vicus. Al menos, hay documentada la presencia del famoso olivo o su antecesor desde hace siglos. Y ya es causalidad que aún hoy en día nos refiramos a la ciudad como la olívica, porque su símbolo es un olivo.
Parece una teoría lógica y que se suma a otras muchas, como la de Vicus Spacorum, Vicus Heleni o la más reciente de Burbida Magna. Incluso puede ser algo tan simple como el hecho de que en la Britania romana, al lado de un fuerte romano había un Vicus o aldea de comerciantes. No hay que olvidar que la vieja parroquia de Santiago de Vigo, una de las más antiguas de la ciudad, estaba situada en la loma del monte de O Castro, al pie de la fortaleza. Quizás ahora que se ha rehabilitado el fortín, convendría excavar a ver qué aparece debajo. También habría que ir pensando en musealizar la fábrica de garum y montar un museo del legionario, una idea que Inglaterra vende con éxito al turista. Lo mismo para los castrexos. Queda mucho que trabajar para desentrañar el pasado del Oli Vicus.
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