El Concello de Vigo ha detectado que existe la perentoria necesidad de reformar el estadio municipal de Balaídos. No se trata de evitar problemas de seguridad, como la caída de cascotes, ni de hacer un lavado de cara al campo del Celta. Se trata de rehacerlo por completo. O, como dicen los políticos, «de que el Celta tenga un estadio de primera». El asunto es de la máxima urgencia. Bien se ve que no hay otros. El equipo va como un tiro porque está jugando de vicio -¡y que siga!-, el club tiene cada vez más socios y el celtismo que hace quince años se respiraba en cada esquina renace. Así que el Concello lanza la propuesta y a la Diputación le falta tiempo para sumarse al carro. La sociedad anónima que preside Carlos Mouriño aplaude con las orejas.
El proyecto cuesta 30 millones. Y la ciudad entera asiente con sumisión porque, en todo cuanto que tiene que ver con el Celta, disentir está mal visto.
El Celta es una sociedad anónima. Una empresa. Aquí no hablamos ni de equipos ni de sentimientos. Explota en exclusiva el estadio de Balaídos. El Concello, que es su dueño, repara habitualmente las instalaciones, draga el césped en ocasiones y hasta compra entradas para regalar -últimamente se gastó 150.000 euros-. El Celta cobra por los carnés y las entradas. Pero el Ayuntamiento no recibe nada por el alquiler. En poco se va a beneficiar la ciudad, cuando la capacidad del estadio va a aumentar en mil espectadores.
Así que no encuentro ni un solo motivo para que sean el Concello y la Diputación los que paguen buena parte de la reforma con dinero que no sale de los bolsillos de los señores Caballero y Louzán, sino de los ciudadanos. A no ser que hablemos de que en mayo hay elecciones y se presentan los mismos políticos cortos de miras que siguen creyendo que la gente les va a votar pensando en el fútbol. Pues nada, que crean.
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