
COMO AZAFATAS o haciendo gala de una merecida medalla, lo último de las preadolescentes es enfundarse el móvil y colgarlo del cuello. Dicen que así les es más cómodo y no pierden tiempo en contestar al segundo a cualquier mensaje.
17 oct 2015 . Actualizado a las 06:15 h.No es que de repente tu ciudad se haya convertido en la sede de un gran congreso. Pero lo parece. Es solo poner un pie en la calle y empiezan a salir adolescentes convertidas en azafatas, con la cinta colgada al cuello y una funda plastificada que las delata: pertenecen al club de las que viven colgadas del móvil. Es más que una manera literal de vivir, es su forma de no perder tiempo en echar la mano al bolso, al bolsillo y ver que no hay respuesta. Mucho más importante, mucho más desolador que tener una llamada perdida es no responder a tiempo a un mensaje de Telegram. La red que todos los preadolescentes utilizan. Es el caso de Lorena, Clara y Teba (en la imagen), que, a sus 12 años, no quieren abrir la puerta de casa sin colgarse y enfundarse el móvil. Una tiene un iPhone 6, otra un Samsung Galaxy Alfa y otra un BQ. Es importante dar las marcas y todas las características porque ellas ahora mismo miden su realidad así. En la comparación. ¿Acaso es casualidad que todas lleven su teléfono colgado de una cinta amarilla?... No. La amistad se asegura a esa edad con la fuerza de la unión. Una la compró primero en amarillo y las otras fueron detrás sin elección.
TODO EMPEZÓ EN LA PLAYA
Las hay de cordón y cinta, y ellas las usan indistintamente. Pero lo mejor de llevar el móvil tan pegado al cuerpo -apuntan- es que no hay despiste con ninguno de los mensajes. «La funda transparente la empezamos a usar en verano para ir a la playa por comodidad, además nos era útil porque podíamos meter el dinero y con el bikini puesto nos era mucho más fácil tener el móvil cerca que no en la mano», dice Clara. Teba fue la primera en usarlo así y sigue llevándola igual cuando sale de paseo por las tardes; en cambio, a Clara y a Lorena les es más cómodo usarlo sin funda. Para qué perder tiempo en abrir y cerrar. Es otra economía la de esta moda. Solo un bumper (que protege los laterales del teléfono) es suficiente para no perderlo de vista en ningún momento. «Por si me manda un WhatsApp mi madre o mi padre», explica Clara, sin que a ellas (y a mí) nos dé la risa. WhatsApp es para ellas sinónimo de «control» por parte de los padres, porque ningún chico o chica de su edad usa ese canal para comunicarse. WhatsApp digamos que les suena a «viejo». Ellas se mensajean a través de Telegram y su red favorita es Instagram, donde cuelgan fotos y VideoStars. Consultar el teléfono, eso sí, les lleva su tiempo. Ahora mismo una tiene 3.000 mensajes de un grupo que han formado con 200 personas de toda la ciudad (A Coruña). «Son solo chicos y chicas de nuestra edad, no hay gente mayor, pero no son solo de un colegio. Todo empezó porque una niña nos escribió y la cadena decía que teníamos que agregar a nuestros contactos, y cada contacto a su vez a los suyos. Así llegamos a tener a toda esta gente, pero no los leemos todos, es imposible», dicen.
¿Y los chicos se apuntan a esta tendencia? «Nooo -responden-, ellos o los llevan en la mano o en el bolsillo trasero del pantalón». [Fíjese la precisión de dónde debe ir colocado el elemento en cuestión]. En el colegio tienen su uso prohibido (aunque muchos lo llevan igual) y suele ser por las tardes y los fines de semana cuando se pegan a él hasta el punto de que es el enemigo a batir por los padres. «Deja el móvil» o «dame el móvil» es su castigo. Fuera de eso, ellas -solo hay que verlas- lo llevan a gala como una gran medalla. No hay ningún otro cuelgue.