La última revuelta digital tiene la nariz postiza y la cara pintada de blanco. Un telediario le dedicó varios minutos a la moda de los payasos diabólicos, como si fueran unos walking dead que estuvieran tomando las ciudades y aterrorizando a sus pacíficos habitantes. La broma adquirió dimensión este verano, en el pueblo de Greenville, en Carolina del Sur, una localidad de 65.000 habitantes que algunos consideran lo más parecido a la América media, igual que Betanzos es lo más parecido a Galicia, en lo que a comportamiento electoral se refiere. Fue en este pueblo en el que se produjo la primera llamada a la policía alertando sobre el extraño comportamiento de un grupo de payasos que atemorizaban a los niños de la localidad. Lo lógico es que el incidente hubiese quedado archivado en el cajón de las estupideces locales, pero quizás por la envergadura exacta de esta estupidez la moda empezó a extenderse como una epidemia de gripe. De Carolina del Sur, a la del Norte, Alabama, Kentucky, Australia, Gran Bretaña, Canadá y Suecia, en donde un payaso asesino ha sido acusado de apuñalar en el hombro a un adolescente. Cuentan algunas crónicas de periodismo sospechoso que hace unas semanas en Pensilvania, un adolescente de 16 años murió después de haber sido apuñalado por un pierrot, en lo que debió de ser una escena digna de un delirio de Lewis Carrol. Incluso en una escuela de Waukegan, en Illinois, tres payasos irrumpieron en el recreo de la escuela local. Era la hora de comer; el pánico cundió; la dirección del centro decidió clausurarlo. El influjo de los payasos aterrorizadores es tal que en lugares como Round Lake, al lado de Wisconsin, el departamento de Policía ha escrito en su página web: «Por favor, presten atención a los payasos. Especialmente, tengan cuidado con los payasos que intentan asustar a la gente».
En los últimos días hay quien ha colgado apariciones payasísticas en lugares de España. Fotos en las redes sociales acompañadas de un inquietante «uhhhhh» que tiene paralizada la economía. Quizás el bloqueo institucional se deba a esta invasión de bufones maquillados.
Hay una consecuencia feliz de esta última patochada digital. Es el arresto domiciliario del payaso que desde 1963 utiliza McDonald’s para inducir a los pequeños a engullir grasas trans. Para evitar contaminaciones cruzadas, la multinacional de la comida basura ha enviado a galeras al personaje. Podíamos preguntarnos por qué no fue la ley la encargada de aplicar esta censura, alegando una inducción insana al consumo de comida manifiestamente mejorable. No siendo así, felicitémonos por dejar de ver durante un tiempo al dichoso Ronald McDonald, un individuo antipático que demuestra qué tipo de perversiones son capaces de desplegar los adultos para atraer a los niños a su universo. Ahora hay quien teme que el pizpireto Ronald pueda ser considerado un asesino...
Mientras tanto, y para no hablar de los niños de Alepo, sigamos comentando la invasión de los payasos asesinos. Qué mundo.