BIENVENIDO A LA NUEVA ESCUELA Ya tiene historia, sus raíces están en 1900, pero Jorge de Cambridge ha convertido en tendencia a Montessori. Entramos en esta y otras dos escuelas que rompen esquemas
12 nov 2016 . Actualizado a las 10:28 h.
Fue un día insólito. Lo más en la historia mundial de la diplomacia llamada a limar asperezas en cenas de Estado caseras. «El día que el príncipe George conoció a los Obama». El sujeto del titular no es azaroso, como no lo fue el enfoque de la instantánea: el pequeño George de Cambridge recibiendo en bata a unos Obama que se abajaron a saludarlo. El foco de la escena y todos sus personajes se giraron hacia el niño, en un guiño al modelo que María Montessori alentó a principios del XX. «Esta educación se centra en el niño. El niño Montessori es ilimitado en capacidad, porque se le deja ser y elegir a partir de ambientes preparados. Conecta con lo que él quiere y eso le hace crecer con mucha seguridad en sí mismo. No se le presiona, no se exige nada de él, aceptamos como es y con eso trabajamos», explica Andrea Castro, directora de Galicia Montessori, ludoteca que llevan en Bertamiráns cuatro humanistas con formación de guías Montessori.
La forma de aprender es diferente a la convencional -«y más profunda. Aquí se aprende a sumar para siempre»- y se organiza en cinco grandes áreas: vida práctica, área sensorial, área lenguaje, área matemática y área cultura. El niño elige lo que quiere hacer, movido por su propia curiosidad e interés. ¿No se les ponen límites? «El niño decide; si está revuelto le irá bien, por ejemplo, estar en un área como vida práctica, lavando los platos o cuidando a las cobayas, pero hay límites claros. Están en el respeto al otro y al material», dice Andrea guiándonos por aulas que son ambientes, con áreas lúdicas de trabajo «que deben estar preparadas para el niño, para moverse, para no depender del adulto para coger, por ejemplo, un libro. Si no, algo falla». En esta libertad con límites no hay caos. «Aquí conflictos muy pocos, y para solucionarlos se recurre a la empatía. Si un niño pega, la solución no es: ‘pide perdón’; hay que guiarle para que empatice y se ponga en el lugar del otro».
La tecnología debe esperar en Montessori a los 6 años. Hasta entonces «la mente es sensorial y no está preparada para gestionar los tiempos de espera». Los manuales se sustituyen por «material sensorial». «Cosas que ven, tocan, huelen, manipulan, sienten», explica Andrea en nuestra visita a este centro sin profesores, con guías que entienden que toda ayuda innecesaria es un obstáculo en el crecimiento.
En Galicia Montessori sorprende un silencio laborioso, de niños que hacen cosas que les interesan, la forma en que la guía habla, «muy bajito», a niños que amasan pan, leen o lavan los platos y descubren mundos en un pez. «Abriendo un pez al medio -apunta Andrea- se abren en Montessori varias líneas de investigación: unos niños descubrirán si es vertebrado o invertebrado, otros se ocuparán de cómo cocinarlo, otros se irán a los libros para saber sobre cocinas del mundo... ¡Eso y más abriendo un pez al medio!».
ESCUELA BOSQUE AMADAHI
El bosque puede ser una escuela, «y la naturaleza una maestra genial». Estas palabras son hechos en Amadahi, la ventana a otras formas de aprender que Paz Gonçalves se lanzó a abrir en Dexo (Oleiros) tras 23 años de experiencia en la educación concertada. Ojo a este plantemiento de la escuela bosque Amadahi, que ya rompe esquemas: «No se trata de: “El niño tiene que aprender tal cosa”. Es al revés: el niño aprende por necesidad».
El nacimiento de su hija marcó un antes y un después para Paz. La matenidad y el contacto con Reggio Emilia, pedagogía que pone el acento «en el tercer maestro, el espacio, lo que nos rodea», propició su «embarazo de elefanta». «Así es como llamo yo -comparte- a la gestación de este proyecto» en que salimos a la naturaleza para aprender a aprender, en vivo, y a escucharnos a nosotros mismos. «Es muy necesario». En esta escuela en la que el 80 % de la jornada transcurre al aire libre casi todo es flexible (hora de entrada, de 9.00 a 9.30) y puede adaptarse a las necesidades de quienes la habitan, y es habitar porque la escuela, advierte Paz, debería ser una segunda casa.
Cuántas veces la fuerza de las palabras desencadena la acción. «Hay otras maneras de hacer las cosas», se dijo Paz desplegando un abanico de opciones veladas por la inercia. «Yo estaba a gusto en muchas cosas en la concertada, y de hecho aprendí muchísimo, pero si enfocas en el niño, ves que hay cosas en las que no está bien», admite.
¿El centro en Amadahi es el niño, como en Montessori? «Sí. Es el niño, pero no es el único. El niño tiene unas necesidades, pero todo lo que hay a su alrededor también las tiene: la naturaleza, los adultos. El papel del adulto es escuchar las necesidades del niño sin obviar las propias. Vivimos en un entorno lleno de necesidades físicas y emocionales» que hay que atender. ¿Debe el niño pedir ayuda cuando lo necesita? «Claro. Y el grupo involucrarse en dársela. Pero no damos órdenes, es como una manera de estar. El vínculo se establece en la escuela a través de la escucha y el amor».
Hay niños que viven como pequeños ejecutivos, entregados a un ritmo de agenda que aún marca la pauta en el mundo laboral, advierte Catherine L’Ecuyer, autora del béstseller Educar en el asombro. «He llegado a ver fichas en infantil -dice Paz-. Hay que pararse a pensar si no estaremos entrenando a nuestros niños como trabajadores precarios. ¿Es justo?». No, no lo es. ¿Podemos cambiarlo? «Con pequeños cambios se tranforma el mundo». Como maestra en la convencional, Paz Gonçalves se veía sometida a esos niveles de ansiedad que percibimos a menudo en niños, padres y maestros. En nosotros mismos. Una especie de presión atmosférica que nos lleva a acabar en el «todos contra todos». «Esta escuela intenta, y creo que lo consigue, lograr armonía y coherencia en toda la comunidad educativa», señala Paz. ¿Cuáles son los deberes del padre? «El papá en Amadahi es parte del equipo. Él tiene un rol de padre, nosotros un rol de maestros, y los niños, rol de niños, pero todos somos un equipo». Hace un par de semanas, la fuerza de esta tribu con juego libre («sin intervención del adulto para no transformarlo») como materia esencial se puso a prueba con la construcción de un refugio «¡en el que cabemos todos!» (y aquí la explicación a la imagen de la izquierda).
Amadahi trabaja la palabra con el diálogo, los números con la cocina («los jueves cocinamos, ¡aquí los niños de 4 años hacen una fabada vegetal impresionante!, y para eso necesitamos saber cantidades, recurrir a los números») y cultiva una comunidad «en la que entran todos: el pediatra, la persona que trae el pan... Todos llevamos con nosotros nuestra mochila de emociones y necesidades». Autonomía y empatía con el entorno son las claves de esta forma natural de aprender que trata a los niños como «personas, son bajitos pero personas -ríe Paz-, personas que tienen sus necesidades, hacen sus hipótesis y piensan. ¡Y a veces nos dan mil vueltas!»
Basta escuchar al niño que le hace una canción a la planta que le ayudó a sanar el picor de ortigas: «Le estoy haciendo un regalo porque me curó». «Aquí hay niños que se abrazan al mismo árbol todos los días». Y que al enterrar a un pájaro dicen: «Creo que se va a deshacer y convertir en tierra». Y aprenden cultivando tomates un valor esencial para crecer: tiempo.
WALDORF MENIÑEIROS
Acostumbrados como estamos a darle al botón de la tecnología para todo, el más revolucionario de los mundos puede estar a tus pies, en un charco de barro. O en esa mano que coge una castaña. ¿Pero, así a priori, dirías que castañas y charcos suman conocimiento? ¿Pelea tu intuición con el adulto que va por fuera, con la libreta pautada de lo aprendido? En Waldorf, donde el aprendizaje empieza en el momento en el que uno hace y experimenta por sí mismo, con una cesta de castañas se puede llegar lejos. Tanto como la tabla del 6, y a conocer aun más. ¿Cómo? Usando las manos para palpar operaciones aritméticas. Veamos. «Dedos ágiles, mentes ágiles», dicen. Pues a moverlos. Estamos en primaria. «Agrupamos castañas en forma piramidal: un grupo de 6 castañas, debajo dos grupos de 6, a continuación tres grupos de 6 castañas y así sucesivamente», nos guía Gloria Vázquez, directora y una de las fundadoras de la Waldorf Meniñeiros, de Friol (Lugo), escuela que ve en cada niño un ser único al que el maestro debe respetar. Curioso; porque la palabra respeto se nos hace mayor, ¿o no es algo que solemos pedir para el adulto? Mira alrededor. Y ahora, desconecta, conecta contigo, piensa-siente como lo haría un niño. Conocer y sentir, unidos. Y los sentimientos, primero. Porque «mucho antes de comenzar a comprender el mundo conscientemente, el niño se abre a él a través de sus sentimientos», descubre Gloria. «Cuando solo nos dirigimos a desarrollar la mente (su parte intelectual), el niño acaba por disociar su pensar y su sentir, y desde ahí se pueden hacer las mayores brutalidades sin sentir nada», dice. Un ejemplo: peleas de adolescentes a los que los compañeros asisten como fríos espectadores.
Cada etapa tiene sus necesidades y sus ritmos, se observa en Waldorf. En los primeros 7 años, el niño «quiere moverse, explorar», entre los 7 y los 14, «se mueve en la esfera del sentimiento», y a partir de los 13 «el pensar se hace preponderante y se prepara para hacer abstracciones». A estas diferencias se ajusta la forma de aprender en un modelo que potencia el juego libre, valorado por expertos como César Bona o Catherine L’Ecuyer. Aquí el saber se refuta o pone a prueba, como un experimento químico. O se cultiva como un huerto donde cada niño -«un ser único, una persona con su propio talento, su propia historia e individualidad»- siembra, riega, recoge los frutos. Viendo cómo la rama de un árbol puede auparnos a un futuro más natural, sencillo y feliz, quizá no debamos temer a la Peppa Pig que invita a chapotear en el barro, sino más a la suma de tics que restan por sistema en el arte de educar. ¿En qué consiste, según Waldorf, este arte? «En la capacidad de despertar en los niños el conocimiento sobre la vida», apuntan en Meniñeiros.
Hacer collares de bellotas, confeccionar los propios cuadernos o tejer, una actividad «que compromete los dos hemisferios cerebrales, trabajo de coordinación que ayuda a desarrollar el pensamiento matemático», son materias necesarias. ¿Pero encajan esas otras formas de aprender en este voraz mercado laboral? «En una sociedad en rápido cambio, la flexibilidad, la seguridad en ti mismo y la iniciativa son necesarias. Las generaciones futuras no pueden esperar mantener una profesión a lo largo de toda su vida laboral. El futuro va a exigir movilidad, iniciativa, habilidades emocionales y sociales, y la voluntad de continuar aprendiendo. El mero conocimiento intelectual, del tipo que se requiere hoy en los exámenes convencionales, es insuficiente».
Pero no cabe más presión, sino cambios. ¿Dejamos de acelerarles al modo adulto? El mundo está en juego. Y de juego los que saben son los niños.