Así se vive en una casa de 1924

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XAIME F. RAMALLAL

Viaje en el tiempo. Juan Rezzuto y Víctor Gómez saltaron de Londres a Mondoñedo enamorados del centenario Chalé de Pepín, rehabilitado con un aire palaciego, muebles originales, un toque «british», una bella colección de arte y un piano especial

04 sep 2023 . Actualizado a las 10:48 h.

Es el primer reportaje que hago descalza. Y es que una casa que pisó el mismo Álvaro Cunqueiro, y con tan «buena vibra», te pide sentirla desde la planta del pie. Antes de abrir la verja, que produce un maravilloso chirrido a lo vintage, y encontrarme con su magna fachada amarilla y blanca, escucho desde el exterior un piano. Mejor dicho: el piano. Un Yamaha C7, préstamo de la prestigiosa casa Markson que tocaron Steve Wonder y Alicia Keys, que estuvo en el Royal Albert Hall y O2 Arena y que vino casi derechito de Londres a Mondoñedo, en el 2021, gracias a los nuevos inquilinos. Sin haber puesto un pie aún en ella, el Palacio Santa Emilia, que también es centro cultural y alojamiento boutique, sabe de mi llegada por el timbre. Suena al trinar de los pájaros. Abre el portón Víctor Gómez y al microsegundo aparece en el imponente hall Juan Rezzuto. Madrileño y argentino, respectivamente. Ambos, dirigen el estudio de piano WMKT de Londres. Aquí quisieron extender su proyecto londinense y no encontraron mejor lugar para materializarlo que una casa a la altura de un gran sueño: el Chalé de Pepín y antes Chalé do Granadero. Vivienda de estilo indiano de 1924 de la que se enamoraron. ¿Pero cómo es vivir en un lugar con tanta solera y no dejarse llevar por las novedades de Ikea? Ese amor suyo expandido por lo antiguo y con pátina hace que para los dueños vivir la experiencia total de Santa Emilia sea un viaje en el tiempo. Y para el que tiene la suerte de recibir su cálida bienvenida. Los muebles que se almacenaban tenían aún mucha historia por contar y sin ir a parar a punto limpio. Ahora la cuentan, habiendo añadido ellos mobiliario y elementos decorativos de sabor añejo, incluso victoriano, algunos del Reino Unido, como el piano. La casa se contagió de cierto aire british.

ARGENTINA: IDA Y VUELTA

Es un ejemplo de la preciosa arquitectura indiana porque el promotor inicial, Manuel López Rivas, se fue a Buenos Aires, donde fundó un negocio de camisas que llegó a competir «con la única sucursal en el mundo de Harrods, en la capital argentina», explican en la web (www.santaemilia.es) y aquel éxito le ayudó a construir la casa. La segunda etapa arrancó en 1933, al mudar de propietarios y llenar el lugar Pepín — hijo de la nueva dueña (Doña Auxiliadora)— de cultura y arte, algo de lo que vuelve a ser espejo, agrandándose hoy con el tributo a la persona que introdujo a Juan en el mundo de la música, su abuela Emilia. Mejor definición, imposible: «Un entorno evocador y misterioso donde el pasado y el presente se fusionan en un abrazo artístico».

XAIME F. RAMALLAL

Si bien es cierto que un aura de misterio se cuela hasta los huesos, propia de hogares centenarios (desconozco si es por la mirada penetrante del cuadro de una mujer entrada en años o por el crujido del suelo original), Víctor y Juan han logrado crear un ambiente de lo más acogedor. Tanto que no se me escapa por el rabillo del ojo que a la derecha, en un gran salón, está puesta la mesa para tomar el té, con pastas y peras. Como anfitriones ya les doy matrícula de honor. Así comienza mi «teletransportación». No estoy en Abbey Road, pero es lo más cerca que me he sentido. Cómo lo digo. De hecho, la llamada planta noble consta de petit reception, drawing room, foyer y salón comedor. Ambiente palaciego. También se ve la impronta de los abuelos de Víctor en una foto en blanco y negro y en algunos muebles de delicada factura: «Él era de Guadalajara, pero fue ebanista en Madrid». Es autor de uno de los juegos en madera de las habitaciones y de un espejo con dos sirenas en el recibidor. «Víctor te cuenta más lo sentimental y el anecdotario», toma la palabra Juan, explicando que a su derecha descansa una librería original de la casa. «El ordenador no es de 1924», apostillo. «El mueble tiene la particularidad —prosigue— de que conocemos también a la hija del que lo construyó, que vive enfrente. Hizo tres muebles para esta casa. Este es muy particular».

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Destaca igualmente la colección de cuadros «de cuando esta casa hizo vida, entre 1924 y aproximadamente 1960». Casi 30 solamente eran del famoso Pepín, aportados por su viuda para Santa Emilia. «También muchos libros que son de la casa, entre los más antiguos uno de 1879, Vida y misterios de la gloriosa Virgen María Nuestra Señora», indica con el mismo en las manos. No sé si me animaría a leerlo. Ni con nocturnidad ni con alevosía. Pero ahí está la joya literaria, compartiendo espacio con la que vela una biblioteca bilbaína de los años 40, la Encyclopedia Britannica.

«ESTÁ MIMOSA LA CASA»

«Toda la pintura de las paredes de la casa está hecha en cal. No hay un solo material sintético en toda la restauración. Está bueno por un lado. Por otro, está mucho más mimosa la casa», dice Rezzuto con ese dominio del lenguaje y la comunicación que suele tener el argentino, y que forma parte ya del alma de la casa, sin referirme a experiencias espiritistas. Al menos no he sido testigo de ninguna en mi presencia. «Lo de ‘mimosa’ me ha matado», reconozco en voz alta. La inspiración inglesa victoriana se nota en cada rincón. Mirando al techo, en especial en los rieles que sirven para colgar cuadros o tapices: «En Inglaterra están por todas partes, no en las casas de clase media, sino en las grandes. En nuestro piso de Londres, esos rieles no los tenemos». «Tiene la versatilidad de que puedes colgar los cuadros sin tener que hacer agujeros en las paredes», agrega Víctor.

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En otro salón contiguo, hay una mezcla de estilos. La señora del cuadro me sigue mirando. Un enorme espejo preside el local, a imagen y semejanza de un drawing room inglés o «típico salón español donde uno viene después de cenar», explica Rezzuto. Víctor tiene sus libros de lectura en una mesita. «Esta es una parte de la casa donde queremos tener retratos como el de esta marquesa madrileña, pero también tratamos de conectar con Mondoñedo con el de un oleiro y un canteiro». Junto a la chimenea, una espada del bisabuelo de Gisela Paterno, que está preparando pan junto con Silvia. «Y su espada, porque ella también es ninja», dice Juan. Mi cara transmuta al asombro, y es la misma que pongo cuando dice: «Sí, hay algo de Ikea en la cocina, pero está bastante respetada». El gran salón de la planta noble lo preside una pieza china de principios del siglo XX «que se usaba mucho en la etapa art déco en Inglaterra», describe. Más cuadros imprimen personalidad a la estancia donde hay típicas alacenas gallegas y la pintura de un hermoso caballo blanco, del abuelo de Víctor, que me evoca a As San Lucas. Pino tea, álamo y castaño son las maderas principales de Santa Emilia. En parte se ven en la escalera que conduce a las plantas superiores donde todas las habitaciones rezuman historia. Cuatro son del alojamiento boutique, embellecidas por muebles indianos. Hasta el baño es fiel a su origen, con vistas al jardín de unos 3.000 metros cuadrados. Casi 900 de casa, respetando la división, altura (3,80 metros) y distribución de estancias y plantas. «El edificio tiene una estructura diáfana. Eso asombra», señala Gómez. Llegamos al gran ático donde hacen más vida rutinaria Juan y Víctor. Y la terraza-torre elevada de 17 metros de altura que compite en querer tocar el cielo con un ciprés al lado.

El té me espera. No son las cinco. Pero el momento es igual de mágico.