Lois Pereiro, mi paciente

José D. Pedreira Andrade

CULTURA

13 may 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Acercarse a la inmensa figura humana de Lois Pereiro no resulta sencillo para un médico, a pesar de haber seguido la evolución de su enfermedad día a día, durante más de 12 años.

Recuerdo de forma reiterada las palabras que me ha escrito al dedicarme su Poesía última de amor e enfermidade, cuando comenta de mí «que me fixo saír á vida novamente», así como su presencia gótica, oblicua, con la mirada fija, digna de un filme de Murnau o de Robert Wieme, de ese expresionismo alemán que tanto amó y le influenció, trasladándole hasta los escritores germanos contemporáneos como Bernhard o Handke.

Miraba con lentitud, cara a cara, de forma triste, pero transmitía una inmensa bondad y cariño. Lo decía todo en silencio. Era un hombre de silencios. Acudía al hospital siempre con su madre, Inés, omnipresente como pocas veces he visto en mi consulta después de tantos y tantos años. No han sido generosos la mayoría de los biógrafos con ella, e incluso Luis de forma sorprendente apenas la mencionó. Sin embargo, yo no tengo la más mínima duda de que la influencia de Inés fue fundamental en los últimos años, cuando él escribió la mayor parte de su obra, no solo en lo personal como hijo, sino también en que pudiese sobrevivir y superar la enfermedad durante este tiempo. Hoy, 15 años después de abandonarnos el poeta, aún recibo sin cesar noticias de Inés Pereiro, que me lo sigue recordando frecuentemente.

El enfrentamiento de Luis con su proceso médico, una hepatopatía crónica severa, después de una intoxicación por aceite de colza, reconocida legalmente solo años después de su fallecimiento (tras una intensa lucha de su familia) fue complejo y variable. A pesar de su deterioro y cansancio, y varios ingresos hospitalarios, nunca se entregó. Escribía: «Penso sobrevivir», «estoy con fuerzas siempre en la reserva». Su perfil era pesimista y se sentía «solitario, enfermo y fatigado», pero siempre veía una luz, aquella que le permitía decir: «E estou vivindo un soño repetido». Creía, y lo señala en Conversa ultramarina que podía «vivir moitos anos», pero ansiaba saber «cuánto tiempo más o menos y cómo».

Lois Pereiro mantuvo una lucha feroz y fructífera con su fatal enfermedad, una lucha de la que salió toda su obra. Genial, no hubiese sido el mismo sin el padecimiento de su proceso mortal. Su amplia cultura, su bagaje idiomático, su finísima poesía hubiese seguido otros derroteros. Su mejor obra es un enfrentamiento a la muerte y a la enfermedad.

Veo, sí, sigo viendo a Luis en la consulta porque toda mi relación con él partía antes igual que ahora de silencios. De un humano y profundísimo silencio que tiene un sorprendente reflejo en su obra, llena de sutiles sorpresas. Por la misma discurren el cine, la poesía inglesa y americana, la cultura alemana, los viajes, los enamoramientos, su conocimiento del alma femenina, y sobre todo y por encima de todo, su poesía romántica triste y desgarradora: «Palabras desarmadas, desexos que se perden na néboa de mil noites?».