Seis ancianas centenarias residentes en el centro Os Gozos, de Pereiro de Aguiar, celebraron juntas su cumpleaños con una fiesta multitudinaria
25 sep 2008 . Actualizado a las 02:00 h.Existe una teoría popular de que las mujeres son más longevas que los varones porque, primero por sacar adelante a sus hijos y luego por cuidar a sus padres, no pueden permitirse el lujo de enfermar y ejercitan toda la vida su instinto de supervivencia. La teoría, por supuesto, no tiene ninguna base científica, pero ayer seis residentes del centro Os Gozos, de Pereiro de Aguiar, celebraron conjuntamente su aniversario sumando nada menos que 609 años, y todas eran mujeres. Con historias diversas pero un denominador común: «moitos traballiños», según sus propios testimonios y los de sus familiares.
Aunque ayer Dolores Lamelas, Amelia Prieto, María Cid, Benita Domínguez, Teresa Blanco y María González no estaban para recordar penas. Vestidas con sus mejores galas, con peinado de peluquería y con hermosos ramos de flores en los brazos, presidían la mesa central del gran salón del centro residencial que gestiona la Fundación San Rosendo, rodeadas de hijos, nietos o sobrinos, trabajadores del centro y también de buena parte de las 215 personas con las que comparten techo.
Chocolate con churros y rosquillas caseras -preparadas para la ocasión por los trabajadores del servicio de cocina- y una gran tarta de varios pisos en la que moldeadas en cera aparecían sus edades, fue el dulcísimo menú que degustaron entre todos al filo de las cinco de la tarde.
No faltó ni siquiera la música, que además tenía sello propio y sonaba «como as festas de antes», a decir de los invitados que se empeñaban en recordar que cantidad no es lo mismo que calidad y que, lejos del despliegue de las actuales orquestas, tener una gaita, un bombo y un tambor es más que suficiente. Ayer de la gaita se encargaba Lucía Rodríguez, que además de virtuosa musical es cocinera en la residencia; en el bombo estaba el imprescindible Paco Pineiro, al que no le dió tiempo de quitarse la bata que lo descubre como auxiliar; y al tambor, el cura, Manuel Rei que sí quiso vestirse acorde con la ocasión y cambió la sotana por camisa a rayas.