Hace años que no voy a cantar al bar de Manoli, pero hoy se me han venido todas las canciones a los ojos, llorándome. Me llama José Luis para decirme que te has muerto, y yo le digo que no me gaste bromas. Tanto tiempo sin vernos, tantos kilómetros por medio, tanta ausencia. Te he recordado de todas las formas que eres, grande, bohemio, artista, guitarra en mano haciendo sonar lirios en el aire brumoso del bar. Te he recordado, amigo, y me he ido a ver tus cuadros. Los tengo colgados en las paredes de casa y probé a compartir las lágrimas con ellos. Aún ahora me cuesta escribir este adiós, porque sé que en él van todos los adioses de los amigos. La noche, las canciones, el vino y la locura de querer y querernos. Después, como dije arriba, las ausencias. Pero hay algo que sobrepasa al tiempo y a las distancias, es el amor. Él vencerá sobre este túnel que se me viene encima al saber que ya no estás, que no dejaremos para mañana una comida, una visita a la Costa da Morte, donde sin querer has adelantado el viaje. Tengo un nudo en la garganta, ahí debe estar el alma, Zapata; aunque yo juro que la he visto en tu pintura. Pintabas con desgarro, como tú eras, con pasión. A esta Auria se la van robando: la pasión, y el desgarro. Nos la han conquistado los fríos e insípidos, tan correctos. Me gustaría que esta ciudad te recordase como eras, para ver si logra volar de nuevo: grande y artista, como tú. Una noche de estas me iré al bar de Manoli a recordarte. Cantaremos por tu amor que tanto quiero... y tanto extraño, Manolo Zapata.