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«Lo máximo que gané en el fútbol fueron 220.000 pesetas de ficha»

La Voz PONTEVEDRA |

PONTEVEDRA

El eterno capitan del Pontevedra C.F. en la época dorada de Primera División y del ¡Hai que roelo! repasa su vida deportiva, que compaginó como chófer del trolebús

20 dic 2008 . Actualizado a las 02:00 h.

Elena Larriba Fue uno de los jugadores más emblemáticos del Pontevedra C.F. en la gloriosa etapa del ¡Hai que roelo! en Primera División, «su eterno capitán y ejemplo de humanidad y pundonor», como lo han descrito muchas veces los cronistas deportivos de la época dorada del fútbol pontevedrés y otros autores de la historia escrita del club granate.

Por su intensa carrera deportiva, bien conocida, es una leyenda, pero su gran personalidad y trayectoria vital va mucho más allá del toque maestro del balón de este lateral izquierdo, que tuvo que marcar a extremos tan famosos como Ufarte o Amancio.

Eduardo Dapena Lis, Cholo, nació en Lourizán, donde estaban las cocheras de los tranvías. Su padre era el supervisor de la central eléctrica de aquel legendario medio de transporte de vías y, cuando fue sustituido por los trolebuses eléctricos alimentados por cables aéreos, fue inspector de estos otros vehículos.

La familia se trasladó entonces a vivir a As Corbaceiras número 2, una casa que ya no existe. Cholo iba a cumplir 11 años y se considera de San Roque de toda la vida. Allí conoció y se casó con Josefa y allí siguen viviendo con sus hijos gemelos y sus nietos en la casa matriz de la familia de su esposa, que tenía el famoso bar de La Racha. Hoy es una bonita vivienda rehabilitada de tres plantas, con entrada por Hermanos Nodales y fachada de galería por el otro frente, con maravillosas vistas a la Punta del Morro y a la boca de la ría.

Fue el padre, cuando era inspector de los troles, quien animó a Cholo y a uno de sus hermanos a convertirse en conductores de aquellos inolvidables autobuses eléctricos de color azul, profesión que después pudo compaginar durante un tiempo con el fútbol de alta competición gracias a las facilidades que le dio la empresa. «El gerente, don Sebastián Fabelo, tenía mucha confianza con un camarero del Petit Bar y éste le pidió que me diera turnos para poder entrenar y jugar, y así se lo transmitió al jefe de personal».

Como chófer era tan serio y responsable como lo era en el deporte y, aunque en esos vehículos se producían muchas anécdotas entre los usuarios, él solo iba pendiente del volante y de la carretera. «Además, había un rótulo que decía: Prohibido hablar con el conductor». Recuerda que los troles eran seguros y nada difíciles de conducir. «El problema era cuando las pértigas se soltaban de los cables».

Primera ficha

Cholo estudió hasta los catorce años en una escuela que había donde es hoy el Parador de Turismo y con sus compañeros de clase iba a las cocheras de Lourizán a jugar al fútbol. «Nuestro campo era la carretera vieja de Marín, porque solo pasaba un coche de hora en hora». Ahí empieza su afición por este deporte, «y después tuve suerte». Su primera ficha como juvenil fue en el El San Lorenzo, un antiguo equipo de esta ciudad. Y después jugó en el Vilagarcía y en el Arosa, hasta que el Pontevedra C.F. se interesó por él y militó trece temporadas, desde la 58-59 hasta la 69-70, en el equipo granate.

«En la primera época solo me pagaban desplazamientos, alguna prima y una pequeña ficha». Pero cuando llegó al Pontevedra de Tercera División, «la situación mejoró muchísimo». La primera temporada su ficha era de 10.000 pesetas anuales, el segundo año ya fueron 30.000, después le subieron a 50.000, «y lo máximo que llegué a ganar en Primera División fueron 220.000 pesetas al año».

Tenía madera de líder, fue el «eterno capitán» del Pontevedra, que siempre elegía campo a favor de viento, y era muy respetado por sus compañeros. «En un equipo tienes que rendir al máximo, a mi me gustaba la rectitud, era el primero en dar ejemplo, no era golfo ni mentiroso, y sigo siendo igual de recto».

Su recuerdo más grato en el Pontevedra fue el histórico ascenso a Segunda División conseguido en León en la temporada 59-60. «Se habían jugado muchas promociones y nunca ascendíamos, y cuando lo conseguimos, fue la bomba en la ciudad; fue el principio de la gran época dorada del Pontevedra». Aquella plantilla era una piña y siguen reuniéndose todos los años en una comida.

El ascenso a Primera, tras la escalada desde Tercera, también lo recuerda como una «alegría inmensa». De los desplazamientos recuerda que eran interminables. «Cuando íbamos a jugar contra el Barcelona, salíamos en autobús el jueves después de comer, llegábamos el sábado para entrenar; tras jugar el partido del domingo, parábamos a dormir en Lérida, después en Valladolid o Puebla de Sanabria, y estábamos en Pontevedra el martes hacia la noche».

De los grandes entrenadores del Pontevedra, «Marcel Domingo está por encima de todos, él y Héctor Rial eran dos padres para nosotros, y el más exigente, también buena persona, fue Juanito Ochoa». De los jugadores de grandes equipos que tuvo que marcar, el que más guerra le dio fue Ufarte, del Atlético de Madrid. «Era pontevedrés y en una ocasión a mi me salió un mal partido y el brilló muchísimo».

Cholo confía en el resurgir del Pontevedra. Tras su retirada deportiva trabajó en Malvar y siguió yendo a Pasarón «hasta que me dio un amago de infarto viendo un partido y me dije: yo no me moriré en un campo de fútbol». Ahora escucha los partidos por la radio, «pero cuando va perdiendo el Pontevedra, apago, porque me pongo muy nervioso».

Le encanta el nuevo Pasarón y que siga en O Burgo. No compró ninguna acción de la Sociedad Anónima del Pontevedra porque «no tengo mucho dinero», se ríe. Y piensa que hoy el fútbol, en general, no es lo que era. «Demasiado negocio».