No oficial, claro, porque el cónclave de expertos con voz y voto no se reunirá hasta el próximo año, pero sí oficiosa. Mucho tendrían que cambiar las cosas para que cualquier otra zona del planeta arrebatase ese año a la provincia de Pontevedra la capitalidad mundial. Es la conclusión a la que llegó la cronista después de escuchar los adjetivos que dedicaron esta semana a nuestras camelias Herbert C. Short, Patricia Short y Waldemar Max Hansen durante una visita a los jardines de Soutomaior, en la que ejerció de guía Carmen Salinero, presidenta de la Sociedad Española de la Camelia. Se trata de tres de las voces más autorizadas de la Asociación Internacional de la Camelia, que estos días comprueban sobre el terreno los posibles escenarios del Congreso (entre ellos Castrelos), así como distintos extremos logísticos relacionados con una hipotética (ya prácticamente segura) organización del encuentro. Los indicios. Hay varios indicios que hacen prever dicha seguridad. Así, a la pregunta de qué lugar creen que ocupan los camelios gallegos en el mapa del mundo, respondieron prácticamente sin titubeos que el primero. «Solo Japón y Nueva Zelanda admiten comparación», aseguraron. No es la primera vez que viajan a Galicia y, sin embargo, sigue admirándoles el hecho de que en los jardines más pequeños que uno pueda imaginarse, existan ejemplares centenarios amén de un número de especies difícil de encontrar en ningún otro lugar. Hablan con el conocimiento de causa que les proporciona haber contemplado con sus propios ojos jardines de Australia, California, Nueva Zelanda, Suiza, Croacia, Noruega, Alemania, Bélgica... Y, por supuesto, Japón. De su pasión por la denominada flor de Galicia dice mucho el hecho de que el matrimonio Short tenga plantados en el pequeño jardín de su casa de Inglaterra, de apenas ochenta metros cuadrados, un centenar de camelios. Según contaron, bien a su pesar, no tienen más remedio que arrancar uno cada vez que quieren plantar otro nuevo. Algo parecido le ocurre a Max Hansen en su Alemania natal, que ha hecho hueco a noventa camelios. Eso sí, en un jardín sensiblemente mayor, 300 metros cuadrados. Con especial satisfacción recibió José Juan Durán los elogios de los expertos, con los que compartió ayer almuerzo en Soutomaior. Y es que el vicepresidente de la Diputación puede traducir prácticamente esos elogios por una cuasi-fija cita mundial.
Definitivamente, las camelias se han adueñado hoy de la página. Por derecho propio. Y es que estos días nos visita Margaret Gimson, la que fuera propietaria durante décadas de la finca La Saleta, uno de los jardines botánicos gallegos más interesantes. Residente en Inglaterra desde hace algún tiempo, en esta ocasión (viene cada año) Margaret ha querido aprovechar el viaje para presentar el libro Los nuevos vecinos de Eugenio en la Galicia de España. El título tiene mucho que ver con aquel tiempo feliz que, en compañía de su marido, ya fallecido, se entregó con pasión a cuidar un jardín que su amiga Teté San Mamed califica de impresionante. «Venía gente de todo el mundo a conocerlo», asegura. Eugenio fue una de las primeras personas con las que contactó el matrimonio Gimson cuado llegó a Meis. Trabajaba como jardinero en la finca cuando la adquirieron y siguió haciéndolo a su lado hasta terminar por convertirse en su mano derecha. En su calidad de hija de alto diplomático Margaret, inglesa nacida en Hong Kong, educada en Gran Bretaña y Francia, tuvo oportunidad de residir en medio mundo, incluido el sultanato de Zanzíbar. Preocupada desde joven por los asuntos sociales, fue enfermera voluntaria durante la Segunda Guerra Mundial. Después de tanto ir de un lado para otro, descubrió el Salnés durante unas vacaciones familiares. Desde entonces fue su particular centro del mundo. Su marido, gran aficionado a la jardinería, supo que había llegado al paraíso tras contemplar La Saleta. Y aquí se asentaron. A lo que no renunciaron fue a su otra afición, los viajes. Precisamente fruto de dicha afición las camelias gallegas crecieron exponencialmente. De cada viaje se traían en la maleta variedades aquí desconocidas. Trescientas especies. De hecho, se estima que antes de que iniciaran su proyecto botánico había alrededor de 50 especies, que fueron multiplicando hasta superar las 300. Ni que decir tiene que su generosidad hizo posible que los jardines de los amigos también se fueran inundando de especies nuevas. Precisamente estos días reside en casa de George Hall, uno de esos muchos amigos que, junto a su mujer Teté, practica con pasión la jardinería en sus dominios de Nigrán, una coqueta casa rehabilitada rodeada de una finca de libro. Recorrer esa finca sin prisas, mientras se va descubriendo un tesoro botánico en cada rincón es un placer solo comparable a la hospitalidad de sus propietarios.