La tradicional pulpería de la rúa de San Pedro, asentada en un local abierto en las primeras décadas del pasado siglo, cerró sus puertas definitivamente
26 oct 2007 . Actualizado a las 02:00 h.Las viejas pulperías resisten, pero hasta que el cuerpo aguante. Y O Catro no aguantó. Situada en el número 4 de la rúa de San Pedro, este local ha dado mucha guerra desde las primeras décadas del pasado siglo. Su última etapa, con Óscar Esparís al frente, finalizó hace unos días cuando su titular, por problemas de salud, decidió arrimar definitivamente las contraventanas. Óscar y Sara, su mujer, llevaban cerca de cuarenta años sirviendo uno de los mejores pulpos de la ciudad.
Muchos años antes, el establecimiento ya era referencia en Compostela en manos del señor Antonio, dueño del establecimiento y del inmueble que lo alberga. Llegado desde su Ribadavia natal, trajo con él los caldos de su cosecha y los clientes se arremolinaron como mosquitos en su local. La feria del jueves consagró sus bancos corridos con unos de los mejores callos de la ciudad, junto una exquisita carne asada y un excelente bacalao rebozado. Los feriantes de la Alameda aguardaban pacientemente turno. Una sobrina de Antonio, Julia, abrió un poco más arriba (junto a la iglesia de San Pedro) O Mosquito, sucesor de El Cubano, que continúa vivo con su Ribadavia sobre el mostrador. Es el establecimiento hostelero más antiguo de la rúa de San Pedro.
Tras una etapa de transición, y una seria reforma que removió sus viejos cimientos, O Catro comenzó a ser regentado por Esparís sin dejar de ser una de las parroquias más concurridas por taceros y comensales. Pronto el olor a pulpo se adueñó del local y de las voluntades y decenas de traseros se peleaban por un hueco en los bancos corridos. Los jueves cedieron el protagonismo ferial a los miércoles, pero la fecha jovial o jupiteriana de la ciudad siguió asociada, para muchos, a la indeleble tradición. Y a locales como O Catro.
Junto a la indumentaria del local, inherente a las pulperías de antaño, los titulares del establecimiento siguieron sumergiendo el cefalópodo en el típico caldero de cobre, con sus plusvalías palatales. El tándem pulpo-callos, junto a las patatas con carne, correinaban sobre la madera de O Catro. Y en abundancia, para honra y alegría de la clientela. No toda. El televisivo Manuel Torreiglesias, nuncio en las pantallas del comer moderado y del saber vivir, le echó una bronca a la propietaria por el nutrido plato de callos que le colocó delante.
Centenares de clientes individuales y corales van a echar en falta las viandas de O Catro. Muchos lamentos de Semana Santa se extinguían completamente en la rúa de San Pedro. Los integrantes de la cofradía del Rosario tenían por costumbre, tras la procesión del viernes santo, recuperar fuerzas en O Catro. Enrique Castro Oliveira, uno de sus componentes, no ocultaba ayer su contrariedad. «Ese venres xuntábamonos alí uns cincuenta», dice.
El destino de las amplias escaleras del local es una incógnita. En la parte superior los tiros apuntan a un negocio comercial. Sea como sea, un acreditado caldero de cobre y un trozo de la hostelería tradicional ya son pasado.