En la noche compostelana hay una pregunta que no ha cambiado en los últimos cuarenta años: «¿Adónde vamos esta noche?», le plantea el universitario a sus amigos. Lo que sí ha cambiado es la respuesta.
Abril, 1968, un viernes. Un joven saca un cigarrillo sin filtro de su pantalón de campana y responde: «Vámonos de vinos, al Franco». Acabarán a las cinco de la mañana cantando Asturias, patria querida con unas cuantas tazas encima y el dedo gordo de la mano oliendo a vino.
Abril, 1988, un viernes, un jueves, un miércoles, un martes... El universitario se enciende un pitillo con la colilla del anterior mientras su pelo desgarbado le tapa la cara: «Vamos de vinos a la calle Nueva . Luego tomamos unas copas en alguna discoteca del Ensanche o en Clangor». El local no cerrará hasta que salga el sol y acabarán en la calle cantando alguna de Golpes Bajos.
Abril, 2008, un jueves. El joven acaba de apagar su portátil y ya se está echando gomina en el pelo para darse, muy meticulosamente, un aspecto despeinado. Propone: «Como queráis, podemos ir de botellón a la Alameda hasta las tres y luego ir a la zona nueva. O podemos quedarnos en el piso bebiendo y jugando al Sing Star en la Play ». Esa noche acabarán saliendo del piso a las cuatro y destrozando una canción de Shakira o de Bisbal camino de un pub del Ensanche. A esas horas no hay mucho abierto, pero algo siempre se encuentra para poder tomarse un vodka negro con naranja, un ron o un licor café. La maleta ya quedó preparada en casa para poder coger el tren al día siguiente, de reenganche.
Sí, la respuesta ha cambiado porque han cambiado los hábitos. En los últimos años parecen hacerlo a marchas forzadas. La noche compostelana es testigo de excepción de ello. No hace tanto, los jóvenes salían varias veces a la semana. Hoy ya no son mayoría los que lo hacen. Los universitarios de otros municipios están cada vez menos en Santiago y prefieren salir solo una noche, pero hacerlo a rachar, a darlo todo.
Las semanas que no llueve el botellón triunfa. Los jóvenes se preparan y aparecen en la Alameda bien equipados de alcohol de todas las clases. Aunque siempre hay algunos madrugadores, la mayoría no llegan hasta pasada la una de la mañana. No todos fuman porros, pero el que quiere hacerlo sabe que no hace falta complicarse mucho la vida para conseguirlo.
Probablemente, ya llegan de casa con la garganta refrescada por alguna copa o cerveza. En todos los pisos universitarios hay al menos un portátil, que pone siempre la banda sonora -con música pocas veces comprada, como pasaba antes con los casetes- a todo botellón en piso. Pero el espíritu de diversión es el mismo.