Si hubiera estado allí. Si se hubiera rebelado la tierra bajo sus pies y los tejados sobre su cabeza. Si hubiera visto el mundo reducido a cascotes. Si la naturaleza hubiera enterrado a los suyos en un puñado de segundos. Si se le hubiera denegado la ayuda internacional durante esa contrarreloj de la angustia que es la búsqueda de supervivientes. Si hubiera sospechado que su casa se vino abajo porque era, literalmente, un castillo de arena. Si hubiera buscado refugio en un hospital que carece de cédula de habitabilidad. Si hubiera visto la sombra de las aves de rapiña sobre lo poco que quedaba en pie. Si hubiera pasado a ser huésped en el campamento de San Gregorio. Si le hubieran ofrecido alojamiento en villas de lujo mientras usted hacía cola para tomar el desayuno a la intemperie. Si hubiera sido torturado por cientos de réplicas...
Si Berlusconi hubiera estado allí, si hubiera sido una de las víctimas del terremoto de los Abruzos, podría haber corrido la cortina del humor para perder de vista la tragedia por un instante. Aunque mezclara el humor negro y el comentario supuestamente pícaro, pero digno de la época de las mamachicho . Podría haber dicho sin mayor escándalo que había pasado la Semana Santa de cámping. Y podría haberle soltado a la atractiva doctora pelirroja con la que se topó en la zona del terremoto que quería ser reanimado por ella.
Pero Berlusconi no estaba allí. Solo fue de visita. De paso. Y se creyó Bob Hope animando a las tropas en tiempos de guerra. Acompañado por un séquito de palmeros para asegurarse el éxito de sus gracias. Por sus chistes, su bronceado atemporal y gesto sostenido por el Botox, todo indica que el primer ministro no necesitaba ayuda de ninguna doctora para mantener sus constantes vitales. Se le veía reanimado en el sentido en el que los argentinos ven a otros relocos o rebuenos . Totalmente animado. Demasiado.