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Los secretos de un genio oscuro

SANTIAGO

La exhaustiva biografía de Walter Isaacson descubre el lado más desconocido del hombre que transformó el mundo, un obseso del perfeccionismo con un alarmante déficit de empatía que podía ser frío y brutal.

30 oct 2011 . Actualizado a las 11:44 h.

Déspota irascible, obseso del perfeccionismo, controlador compulsivo, hábil manipulador, cruel hasta el punto de humillar a sus empleados, egocéntrico en grado sumo, embaucador infalible, tirano implacable y con un alarmante déficit de empatía. El retrato humano que surge de la lectura de la monumental biografía «autorizada» de Steve Jobs -que este contra todo pronóstico renunció a controlar- es demoledor. Vegetariano, influido por el budismo zen, consumidor de LSD en su juventud, fue un hijo de la contracultura amante de Dylan y los Beatles que se convirtió en un genio visionario, fascinante y carismático, de voluntad indomable, rebelde y testarudo, que podía ser frío y brutal, pero también seductor y encantador, si le convenía, sensible y de lágrima fácil.

Walter Isaacson, que fue presidente de la CNN y director ejecutivo del semanario Time, biógrafo de Franklin, Einstein y Kissinger, mantuvo 40 entrevistas con el creador de Apple y habló con un centenar de sus amigos, familiares, competidores, adversarios y colegas para escribir su biografía. El resultado es Steve Jobs (Debate), que se acaba de publicar en España, un recorrido exhaustivo que narra «la accidentada vida y la abrasadora e intensa personalidad de un creativo emprendedor cuya pasión por la perfección y feroz determinación revolucionaron seis industrias diferentes». Un precursor que creó en el garaje de sus padres la empresa que llegó a ser la más valiosa del mundo, al que coloca a la altura de Edison y Ford.

Abandonado y padre ausente

Sus progenitores biológicos, el sirio Abdulfattah Jandali y Joanne Schieble, lo dieron en adopción. Saber que había sido abandonado le dejó cicatrices. Cuando su compañera Chrisann Brennan se quedó embarazada, negó que él fuera el padre, lo que solo admitió tras hacerse la prueba de paternidad. Ambos tenían 23 años, la misma edad a la que Jandali y Schieble lo concibieron a él. Jobs también abandonó a su hija durante sus ocho primeros años, aunque luego acabó asumiendo sus responsabilidades con ella. Pero su relación fue siempre muy complicada. Siempre consideró a Paul y Clara Jobs como sus padres «al cien por cien». Ya pasada la treintena, conoció a su madre biológica y a su hermana, la novelista Mona Simpson, que en su libro Un tipo cualquiera describió sus rarezas con inquietante precisión. Con ambas mantuvo una relación amistosa. En cambio, nunca estuvo interesado en conocer a su padre y no lo hizo. Aunque Isaacson revela que ambos coincidieron sin saber cuál era su relación cuando Jandali regentaba un restaurante en San José. Incluso se estrecharon la mano.

La experiencia con el LSD

En el instituto, con 15 años, comenzó a fumar marihuana. En el último curso tomó LSD y hachís, además de explorar los efectos alucinógenos de la privación de sueño. «Consumir LSD fue una de las cosas más importantes de mi vida», señaló Jobs. A los 23 años dejó de tomar drogas.

Las mujeres

En 1972, en su último año de instituto, comenzó a salir con una chica algo hippy llamada Chris Brennan, con la que tuvo una hija. Tras una relación con una bella mujer de ascendencia polaca y polinesia, entabló otra con la cantante Joan Báez. Ella tenía 41 años; él, 27. Duró unos tres años. En 1985 conoció a Tina Redse, según Jobs la mujer más guapa que había visto en su vida, la primera de la que estuvo realmente enamorado y la persona que mejor lo comprendió. Su tormentosa relación se prolongó de forma irregular durante cinco años. Jobs le pidió matrimonio, pero ella lo rechazó, porque, según dijo a sus amigos, se habría vuelto loca si se casaba con alguien tan egocéntrico y narcisista. En octubre de 1989 Laurene Powell entró en su vida, de la que nunca desapareció. Algunos dicen que urdió un plan para pescarlo cuando daba una charla en Stanford. Era la mujer perfecta para Jobs, que le propuso en dos ocasiones matrimonio y le regaló un anillo de compromiso. Pese a ello y a que se quedó embarazada, dudó hasta el final porque pensaba que todavía estaba enamorado de Tina. Llegó a preguntar a amigos e incluso a simples conocidos cuál de las dos era más guapa y con quién debería casarse. A pesar de las dudas iniciales, el matrimonio resultó duradero y fructífero.

Las dietas compulsivas

Siendo un adolescente comenzó a experimentar con dietas compulsivas, compuestas solo de fruta y verdura. La lectura de Dieta para un planeta pequeño, que predicaba las bondades del vegetarianismo, lo llevó a renunciar a comer carne y a reforzar las dietas extremas, que incluían purgas, períodos de ayuno y la ingesta de solo dos alimentos, por ejemplo zanahorias y manzanas, durante semanas enteras. Era tan testarudo que siguió con sus dietas vegetarianas incluso cuando le diagnosticaron el cáncer.

La universidad

Al principio se planteó no ir a la universidad. Luego se empeñó en acudir al Reed College, un centro privado con fama de liberal y exigente y uno de los más caros del país. Si no estudiaba allí, no lo haría en ninguna parte. Sus padre cedieron, como era habitual. Pero muy pronto abandonó la universidad.

La influencia zen

En su primer año de universidad le influyeron libros sobre espiritualidad, en especial Estate aquí ahora, una apología de la meditación y las drogas psicodélicas de Baba Ram Dass. En esa época iba al templo de los hare krishna en Portland. Tras abandonar la universidad viajó a la India, donde contrajo la disentería y pasó siete meses. Su relación con el budismo zen no fue una moda pasajera de juventud, sino una seña de identidad firmemente grabada en su personalidad que tuvo una influencia muy profunda en su vida, según confiesa el propio Jobs. No le permitió alcanzar la serenidad interior pero sí lo dotó de una impresionante capacidad de concentración que le sería muy útil en su trabajo.

Sus trucos

Desde muy joven aprendió a mirar fijamente y sin pestañear a la gente y a mantener largos silencios. Esos trucos perfeccionados al máximo le sirvieron en sus espectaculares presentaciones de nuevos productos que parecían «mítines evangélicos» (Isaacson), siempre con vaqueros, jersey negro y su inevitable botella de agua.

La higiene personal

Estaba convencido, contra toda evidencia, de que la dieta vegetariana evitaba los olores corporales y le ahorraba usar desodorante y ducharse con regularidad. Cuando fue a Múnich enviado por Atari, los directivos alemanes se quejaron de aquel joven que vestía y olía como un mendigo y tenía un comportamiento muy grosero. En sus comienzos, algunos presidentes de las compañías a las que acudió a pedir dinero para Apple quedaron espantados por su aspecto, su mal olor y sus pésimos modales. En su propia empresa le tenían que obligar a que se duchara y en las reuniones dejaba ver sus pies sucios. En ocasiones, para aliviar la tensión, se remojaba los pies en el inodoro. A lo más que llegó Jobs por aquel entonces fue a ducharse una vez a la semana.