BUENOS AIRES | Además de las diferencias lógicas de origen geográfico, hay algo que separa a la migración gallega en Argentina de otras colectividades: desde Galicia llegaban, tras los hombres, muchas mujeres solas, las que no se resignaban a ser viudas de vivos y se lanzaban a América. En Argentina cambiaron su vida, ayudaron a modelar una nueva sociedad pero sin embargo fueron ninguneadas. Invisibles. De ahí que las integrantes de la diáspora saluden con júbilo análisis como el que proponen las jornadas Buenos Aires Gallega, que se celebran estos días en la capital argentina: «Es una oportunidad que no debemos perder, para que nos oigan a quienes fuimos discriminadas por partida doble: por mujeres y por gallegas», sentencia María Rosa Iglesias, una de las ponentes en las jornadas, en las que se trata de equilibrar la historia contando la diáspora femenina. «Las mujeres eran invisibles porque ocupaban un lugar en la sociedad patriarcal, estaban pero no se veían», cuenta la historiadora María Inés Rodríguez Aguilar. «La mujer gallega que emigra pasa a ser fuerza de trabajo reconocida, usa dinero y hasta cambia la pauta de natalidad, pues pasa a tener menos hijos que en su tierra. O sea, toma el manejo por encima de la tradición. Por eso la mayoría no quiere volver», añade.
Recuperar la identidad
El caso familiar de María Rosa Iglesias es paradigmático. Nacida en Ardagán, concello de Santiago, partió con cinco años junto a su madre para reunirse en familia en las Américas. «Yo conocí a mi padre ya en Buenos Aires», señala Iglesias; librera y escritora, atravesó todo tipo de trabas para realizarse en la emigración: «Desde que llegué luché por no perder mi identidad, o más bien por recuperarla siendo parte de otra sociedad», señala una mujer que confiesa haber retomado su lengua madre -después de la prohibición paterna de hablar gallego de niña- a los 41 años, tras un revelador viaje a Brasil. Ahora lo puede divulgar sin complejos.