El intérprete asturiano representa en A Coruña «La montaña rusa». Promete que es una obra distinta, pero él sigue reivindicándose como galán
23 jul 2008 . Actualizado a las 02:00 h.No importan los años. El veterano Arturo Fernández sigue sintiéndose cómodo en su papel de eterno galán. Esta semana se presenta en A Coruña como protagonista de la obra teatral La montaña rusa , una propuesta que él considera distinta y sorprendente.
-Ha contado en varias ocasiones que antes de actor fue boxeador. ¿Cómo pasa uno del ring a los platós?
-Bueno, mi generación fue una generación perdida, porque nos cayeron palos por todos los lados, y había un desconcierto brutal, no sabías a qué dedicarte. ¿Qué era lo fácil para mí? No tenía estudios ni nada que se le pareciese y me dediqué al boxeo, pero el destino no lo eliges, te está esperando. Tienes que saber encontrarlo, y yo lo encontré. Si en aquel entonces alguien llega a decirme que iba a ser actor, me moriría de risa.
-Así, entre nosotros, ¿de verdad liga usted tanto?
-A los hombres siempre nos gustaron las mujeres. Es innato, algunos muchachos evolucionan más que otros y yo, en problema de gusto hacia las mujeres, evolucioné muy pronto, porque vi que era lo único que merecía la pena en esta vida: una mujer. Y un día alguien dice «mira qué guapo es ese chaval», y terminas siendo un galán. Ligar es una palabra que se emplea ahora. Entonces teníamos una meta, que era encontrar un trabajo, andar muy limpio. Y, qué duda cabe, encontrar a esa mujer que te apetecía y que te gustaba, pero había un respeto. Ha cambiado la concepción.
-¿Cómo llevaba su madre su profesión?
-Mi madre pensaba que lo mejor para mí era que me hiciese oficinista. Pero, claro, yo fui quien inventó las faltas de ortografía y entonces la hemos fastidiado ... Hay un destino. A lo largo de tu vida eres cosas que jamás has pensado ser. En aquel entonces el obrero capaz y sagaz quiere llegar a ser un burgués, y si él no lo consigue, quiere que lo consigan sus hijos; esa es la meta del obrero.
-Pero los años pasan para todos... ¿Le rejuvenecen los papeles que encarna?
-Mis papeles son los personajes que el público quiere ver de mí, y ahí estoy de acuerdo con el público. Son personajes divertidos, perdedores, pero entrañables. Sé lo que le gusta al público de mí y procuro complacerlo, puesto que todo lo que soy se lo debo. Es el barómetro con el que subes o bajas.
-¿Qué tiene de especial y diferente «La montaña rusa»?
-Creo que es la mejor comedia que he puesto y dirigido en el escenario, porque el autor tiene Los puentes de Madison y es una garantía. En esta obra, el espectador tiene que contener su aliento para no desesperarse, porque cada seis minutos es una gran sorpresa y ese es el éxito. Tiene una similitud con los personajes que interpreto porque un actor no puede ser distinto. El público conoce mi manera de interpretar, pero el argumento es distinto, y es muy sorprendente lo que le ocurre a César, mi personaje.
-Oiga, antes de terminar, cuénteme: eso de «chatín» es cosa suya o de Arturo Valdés, el protagonista de «La casa de los líos».
-Es algo de mi juventud, muy asturiano. Al menos estaba perdido y volvió a resurgir conmigo. Yo me quedé el chatín para toda la vida. La gente lo dice con cariño y con respeto.