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Mano a mano con el exilio interior

SOCIEDAD

Vivió bombardeos en el Líbano, el drama interminable de Sudán y ahora Óscar Sánchez dirige una oficina de Acnur en Colombia para desplazados dentro de su propio país

20 abr 2009 . Actualizado a las 19:03 h.

Durante dos meses, Óscar se levantó y acostó a diario con el mismo estruendo, el de las bombas que destrozaban vidas en el Líbano y que procedían del Ejército israelí. Era el año 2006 y ya entonces participaba en un campo de desplazados de Acnur, la agencia de la ONU. La suya es una actividad, admite, «intrínsecamente peligrosa», pero imprescindible. Desde su posición en la cooperación internacional «se ve más la necesidad de crear un mundo más justo, más equitativo, más solidario».

Todo lo anterior lo narra ahora desde el otro lado del Atlántico. A inicios del 2008, este boirense asumió la apertura de una oficina de Acnur para los desplazados interiores en Arauca, en Colombia, uno de los países más convulsos de la tierra y donde millones de personas (hasta cuatro millones desde los años ochenta) han tenido que dejar sus casas por miedo a morir. Eso es lo que está detrás de lo que Óscar llama «crimen del desplazamiento forzoso».

«El problema de estos desplazados internos es una de las situaciones más graves del mundo», relata él, que se ha visto frente a algunos de los dramas más imponentes del siglo XXI, desde Sudán hasta Palestina. Una experiencia por el mundo que empezó por sí mismo, cuando siendo un chaval hubo de emigrar junto a su familia a Estados Unidos.

El trabajo en Colombia apenas da descanso, entre coordinación con autoridades, expedición de documentos, refuerzo de fronteras... «Las exigencias del trabajo en zonas de conflicto son muy altas, los trabajadores humanitarios están expuestos a actos violentos y a violaciones al derecho humanitario que dejan unas secuelas difíciles de superar», cuenta. A cargo de Acnur en Colombia -Naciones Unidas tutela 11 territorios de desplazados en ese país americano- está una población potencial de 470.000 personas. «Y a veces tenemos un acceso limitado a las víctimas por razones de seguridad, por las minas antipersona o por los enfrentamientos entre las fuerzas del Gobierno y los grupos armados organizados».

Menos dinero, menos vidas

La violencia es uno de los componentes que más frenan su tarea. Ahora en Colombia, pero antes en Oriente Medio o África. El otro gran problema también es complejo: la financiación. «Profesionalmente, el peor momento viene cuando no puedo ayudar a personas por falta de recursos». Se puede colaborar con Acnur directamente a través de su web (www.acnur.org). «Es triste, pero esas limitaciones financieras cuestan vidas, y se hace muy difícil no disponer de mayores recursos para atender las necesidades que vemos día a día».

Personalmente, asume que lo más duro es hacer las maletas e irse a un nuevo destino, dejando atrás a la familia. «Me siento sumamente afortunado de poder hacer este trabajo y recibir el apoyo de mi familia, que hace un sacrificio muy grande para que yo pueda continuar con este sueño; sin ellos no podría hacer este trabajo». La angustia de dejar atrás a familiares y amigos se compensa con las satisfacciones que le reporta desde hace años su tarea: «Ver cómo se entregaba la ayuda de emergencia a las víctimas de los ataques israelíes en la segunda intifada, contribuir al retorno de refugiados a sus casas en Sudán, el apoyo a la población libanesa desplazada por los ataques, ayudar en la búsqueda de protección a personas amenazadas de muerte en Colombia o también dar a conocer las condiciones infrahumanas en la que viven las comunidades indígenas a la espera de que puedan recibir la ayuda de vida».

Por todo eso, dice que la suya no es una experiencia, es una forma de vida. «Yo no lo podría cambiar por nada, pero son muchos sacrificios que uno tiene que estar dispuesto a hacer y es muy duro en la familia».