La procesión de Santa Marta de Ribarteme congregó un año más a cientos de fieles
30 jul 2011 . Actualizado a las 11:18 h.Maruja Romero, vecina de Arantei, en el concello de Salvaterra, había esperado tres años para cumplir su promesa: desfilar en un ataúd para que santa Marta intercediera por las enfermedades de sus nietos y de su sobrina. «A mis familiares no les gustaba que me metiese en una caja y por eso no han venido. Pero a mí no me importa y aquí estoy. Lo volvería a hacer si lo necesitase». Y agradeció a Carlos Pérez -uno de los jóvenes del municipio que se ofreció a portarla- el haberla ayudado a cumplir su ofrenda.
Esta mujer desfiló ayer en un ataúd en la procesión de Santa Marta de Ribarteme, en el concello de As Neves (Pontevedra). Cientos de personas siguieron expectantes la procesión, en la que también participaba metido en otro féretro y aguantando heroico el calor del mediodía Tito -como así llamaban sus allegados a este hombre procedente de Guadalajara-. El día grande había llegado un año más a la parroquia pontevedresa y estos dos devotos cumplían como manda la tradición sus promesas a santa Marta, metidos en ataúdes para que la santa interceda por ellos en la curación de enfermedades de vida o muerte.
Un tercer ataúd desfilaba cerrado y vacío, como así lo había querido Karina Domínguez, devota de la santa y vecina del municipio, que participó ya en el 2009 metida en uno de los féretros. Tras ellos, fieles arrodillados, descalzos, con velas o con exvotos, caminaban entre cánticos a la santa, cohetes y el repiqueteo de las campanas.
Jose Ramón Gómez es, igualmente, devoto de la santa, «aunque la de otros será mucho más grande», confesaba, y a pesar de no compartir el rito de los ataúdes, «sí comprendo que en momentos de desesperación haya que agarrarse a una promesa», como los fieles que en la romería de ayer pedían en silencio por las suyas.
«Este es un pueblo de emigrantes, y es en esta fecha en la que se reúnen las 500 familias que lo forman. Es como retornar a casa», explicaba María Dolores Guerrero, devota de la santa gracias a su marido. «Ahora también lo son mis hijos y espero que algún día mis nietos», confiaba emocionada.